domingo, 21 de diciembre de 2014

Púrpura, historia de un color de poder humano y dignidad.

El color purpura en el mundo de hoy tiene connotaciones diversas.

El cantante Prince en su blues “Purple rain” invita a salir del desasosiego y la desilusión sumergiendo al objeto de su amor y deseo en una misteriosa lluvia púrpura, donde se ha tratado de descifrar su sentido, afirmando que el púrpura, mezcla del azul y rojo, es símbolo de la unión de lo masculino (azul) con lo femenino (rojo), como una invitación a integrar y potenciar las dimensiones ocultas de eso que cada uno tiene ya sea uno varón o mujer.

Pero también he oído a sacerdotes predicar que el morado o púrpura es símbolo de penitencia y luto.  O a otras personas incluso afirmar que es un color gay o femenino. Nada más lejano que eso. Una vez más la historia nos da una respuesta.

En la antigüedad mediterránea La púrpura de Tiro (del griego: πορφύρα, porphyra, latín: purpura), también conocida como púrpura real o púrpura imperial, era un colorante o tinte, cuyo tono es una mezcla entre rojo y azul, usado por los antiguos fenicios en la ciudad de Tiro. Se cree que ya se utilizaba en Creta hacia el año 1600 a.C. El tinte consiste en una mucosidad o secreción de la glándula hipobranquial de un caracol de mar llamado Murex brandaris.

Su descubrimiento lo atribuye la mitología al dios fenicio Heracles, el guardián de la ciudad de Tiro. Un día su perro mordió una concha de murex y de inmediato su boca se puso morada. Su compañera, la hermosa ninfa Tiro, declaró que solo se acostaría con el dios si vestía una prenda teñida del mismo color. Heracles no tuvo más remedio que acceder a ello y así nació el famoso tinte púrpura de Tiro.
El tinte y la tela que se elaboraba con él eran tan famosos que los griegos llamaban a las tierras de Tiro y Sidón (el actual Líbano) Phoinike, “la tierra de la púrpura” Fenicia.

Se necesitaban 250.000 ejemplares para producir una onza (algo más de 28 gramos) de tinte de púrpura de Tiro, motivo por el cual su producción era muy lenta y costosa. El método preferido era recoger grandes cantidades de estos moluscos y dejar que se descompusieran al sol (los autores clásicos dan fe del mal olor que desprendía). La producción y exportación de púrpura comenzó alrededor del 1200 a.C., alimentada por la expansión fenicia en el Mediterráneo. En el siglo III a.C., la púrpura de Tiro era más valiosa que el oro: solamente un kilo costaba tres veces el salario anual de un panadero romano.

Aunque los griegos fueron los clientes originales, fueron los romanos quienes se convirtieron en fanáticos del color púrpura y luego los eclesiásticos. Les gustaba el tono oscuro, logrado mediante el uso de tintes a partir de dos especies de murex. Plinio el Viejo lo describe como el “color de la sangre coagulada” y escribió de ella que “ilumina cada prenda, y comparte con el oro la gloria del triunfo”. Los generales vestían en los triunfos túnicas de púrpura y oro, mientras que los senadores y cónsules llevaban bandas de color púrpura en los bordes de sus togas.
En la Roma imperial, el uso de la púrpura estaba aún mucho más regulado: en el siglo IV de nuestra era, solo al emperador se le permitía vestir la mejor púrpura. La exclusividad del color y su conexión con el poder es la razón de que  hayan sido tradicionalmente de este color las prendas de reyes y obispos.

La milenaria receta de la púrpura de Tiro se perdió en occidente en 1453, cuando el Imperio Otomano conquistó Constantinopla.

Es entonces que surge la grana cochinilla, un tinte animal de uso común en el mundo indígena prehispánico. El uso de la cochinilla en murales y en pinturas sobre papel amate se utilizaba en Mesoamérica desde el Preclásico Tardío (100 a.C.-100 d.C.), y sobre todo en el Período Clásico (250-900) y en el Postclásico (900-1521). Donde se vuelve el color de lo sagrado, de la vida entregada por su vinculación con la sangre y la vida.

La cochinilla (Dactylopius Coccus) es un insecto hemíptero parásito de las pencas de los nopales. Se le conoce con varios nombres: nocheztli, “sangre del nopal”, cochinilla del carmín, y grana cochinilla. Los informantes de Fray Bernardino de Sahagún mencionaban que su color era rojo oscuro, cual la sangre cuajada. Para obtener el tinte, los antiguos mexicanos hervían la grana con hojas de tezhoatl (Conostegia Xalapensis), alumbre y caparrosa (sulfatos de hierro, cobre o zinc). Con la mezcla que se obtenía se formaban pastillas que se llamaban nocheztlaxcalli, es decir, “tortillas de nocheztli”. La grana no solamente servía para teñir, empleada en emplastos curaba las heridas, líquida servía para aliviar las enfermedades del corazón, el estómago, la cabeza, y aun para limpiar los dientes. Los mexicas teñían con cochinilla plumas, muchos objetos de uso cotidiano, y las mujeres la usaban como cosmético.

Por otra parte, el color de la cochinilla tenía valor cosmológico ya que uno de los puntos cardinales del universo mexica era de dicho color; simbolizaba los rayos del Sol, la sangre, el fuego, la divinidad, y el poder. Así pues, el Este era el Lugar del Paraíso del Sol que habitaba los guerreros muertos y su color era el rojo; por ende, rojo era el color de Tonatiuh, como lo era también del Tlalocan, el reino de Tláloc, dios de la lluvia y del agua.

La cochinilla fue tan valiosa para los mexicas que formaba parte importante de los tributos entregados a los tlatoanis por parte de los pueblos sojuzgado bajo su dominio. Fray Bernardino de Sahagún constata en su obra Historia general de las cosas de la Nueva España que:

“Al color con que se tiñe la grana llaman nocheztli, quiere decir, sangre de tunas, porque en cierto género de tunas se crían unos gusanos que se llaman cochinillas, apegados a las hojas, y aquellos gusanos tienen una sangre muy colorada, ésta es la grana fina que es conocida en esta tierra… A la grana que ya está purificada y hecha en panecitos, llaman grana recia o fina, véndenla en los tiánquez hecha en panes, para que la compren los pintores y tintoreros. Hay otra manera de grana baja o mezclada, que llaman tlapanextli, quiere decir grana cenicienta, y es porque la mezclan con greda o con harina; también hay una grana falsa que también se cría en las hojas de la tuna, o ixquimiluhqui, que daña a las cochinillas de la buena grana y seca las hojas de la tunas donde se pone; también ésta la cogen para venderla, lo cual es grande engaño.”

En el Códice Mendocino, elaborado entre 1511 y 1541, en la Matrícula de Tributos da constancia de las trescientos noventa y cuatro poblaciones que pagaban tributo a la Triple Alianza formada por los señoríos de Tenochtitlan, Tlacopan y Texcoco. Así pues es sabido que el emperador Moctezuma recibía costales de cochinilla como tributo de los pueblos de la Alta Mixteca.

Sobre el origen de los cultivos de la cochinilla hay varias versiones. Según Francisco Javier Clavijero (1731-1787), el cultivo de la grana cochinilla se empezó durante el siglo X d.C. entre los toltecas. Algunos investigadores sostienen que provenía de la Región Mixteca, en Oaxaca; otros, afirman que el origen de los cultivos se inició en Oaxaca, Guerrero, y Puebla, pues de estos sitios llegaba la mayor producción de grana.

Durante la época novohispana, el uso de la cochinilla se incrementó con la llegada del ganado bovino, ya que resultaba invaluable para teñir la lana en la que se fijaba el tinte de manera excelente, mucho más que en el algodón o en las fibras de agave o yucas. Los españoles empezaron a exportarla a Europa con mucho éxito, y la grana mexicana llegó a Rusia y aun hasta Persia e India. La Nao de China salía del Puerto de Acapulco cargada de grana cochinilla hasta los mercados de Oriente y, junto con el oro y la plata, fue unos de los productos que más se exportaron de la Nueva España por casi todo el mundo. Sahagún constata:

“Esta grana es conocida en esta tierra y fuera de ella; llega hasta la China y hasta Turquía casi por todo el mundo es preciada y tenida por mucho. A la grana que ya está purificada y hecha en panecitos, llaman grana recia, o fina; véndenla en los tianguis, hecha en panes, para que la compren los pintores y tintoreros.”

De la gran aceptación que tenía la cochinilla en España nos dice Gonzalo Gómez de Cervantes:

“…la grana cochinilla, es un género que casi iguala a la plata, la cual se saca de estos reinos para los de Castilla; y solía que en cada flota se sacaban diez y doce mil arrobas de la dicha grana y esto mediante el mucho cuidado que solían tener los Virreyes, y de pocos años a esta parte se han descuidado; y como los indios que la crían y benefician son flojos y haraganes, ha venido en tanta disminución, que ya no se coge la mitad de lo que se solía coger, de cuya causa ha subido tanto el precio, que vale el doble más de lo que valía… En algunos pueblos de esta Nueva España se cría la grana cochinilla como son: en provincia de Tlaxcala y en la de Guaxozingo, Calpuchulula, Tepeaca, Tapamachalco y en lugares de la Mixteca y otros de la provincia de Oaxaca.”

En la disputa del siglo XVIII con naturalistas como Buffon que afirmaba que en los territorios del Nuevo Mundo los animales eran pequeños y débiles, Clavijero contesto ingeniosamente: “Puede que sean pequeños los animales de estas tierras, pero con uno minúsculo como la grana cochinilla los mexicanos pintamos el mundo entero”.


Así pues el color púrpura y el rojo grana, son símbolos el primero de luz, de gloria y dignidad como afirmaba Plinio el viejo.  Es decir vestir de púrpura es un llamado a la dignidad humana, por eso los tiempos de preparación cristiana se visten de púrpura, invitando a los fieles a crecer en dignidad en su condición de vida.  Y el rojo mexicano es símbolo de vida entregada, la máxima dignidad a la que aspira un ser humano. Lejos de ser colores de duelo, luto o pesar.

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