jueves, 25 de diciembre de 2014

De otros Ayotzinapas



Este 26 de diciembre de 2014 serán 13 semanas  de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa. Pero hay también otros desaparecidos que se pierden ante la magnitud de la tragedia.

Ayotzinapa marca un parteaguas en la vida de la nación y también en mi vida propia, pues muchas cosas quedaron hechas cenizas y en el fondo del basurero, tales como la figura presidencial, el político de raigambre nepotista y caciquil, la autoridad cínica que no da cuentas o el silencio cómplice y ambiguo que manda al olvido del tiempo la solución de sus inconsistencias. En Ayotzinapa fue el Estado el culpable, no porque lo ordenara directamente, sino porque se hace cómplice ocultando, soslayando, callando o posponiendo una palabra clara sobre los implicados que son en parte funcionarios públicos. Es lo que en la tradición cristiana se llamaba “pecado de omisión”.  Aquí es culpabilidad por omisión. 

De manera análoga fue la institución eclesial, representada por el Arzobispo de Yucatán y el equipo de gobierno de la Provincia de México de los Misioneros del Espíritu Santo los que actuaron de manera similar. Yo fui Misionero del Espíritu Santo hasta el pasado 6 de octubre, y estuve vinculado a ellos por treinta años, poco más de la mitad de mi vida.  Puedo decir como Joaquín Sabina de España que la ve como madre, madrastra, cómplice y Judas, mi sentimiento es muy parecido con respecto a la que fuera mi Congregación: “más guapa que ninguna”, pero también madrastra, “la fruta que se indigesta y mira pa otro lado”. O como Efraín Huerta en mis noches de insomnio le hago mi declaración de amor y de odio profundo.

Motivos, razones y errores quizá haya habido muchos de mi parte y quizá algunos muy graves, pero creo que ninguno justifica este decreto de desaparición eclesial y social al que han intentado condenarme con su silencio y su renuncia “por motivos personales”.

Si, renuncie a ellos porque no veo en ese espacio eclesial-social posibilidades para el crecimiento, ni viabilidad para el futuro y no solo hablo del aspecto personal. Así mismo sus dinámicas internas de ambigüedad, negación de la realidad, de exclusión y de marginación interna, con el intento de extorsión que viví en Mérida, solo desencadenaron un proceso que “ya se venía venir” o como me decía un compañero: “cuídate, porque el día que tengas un resbalón, estos bailaran sobre tu calavera hasta hacerla polvo”.  Y tal cual, eso es lo que hicieron los que actualmente dirigen esa institución, sumados con el arzobispo de Yucatán.

Incapaces para manejar una situación conflictiva optaron por encerrarse y desconectar su comunicación con el mundo exterior, me prohibieron defenderme ante los medios.  Son tan aberrantes sus extensas entrevistas por radio con motivo del centenario, que suenan huecas, porque cuando debieron hacerlo no lo hicieron por cuidar su imagen de “buena onda” que ha sido su pecado histórico. Es ficción el ambiente de familia que proponen vivir, porque es ley no escrita que primero están las amigas y amigos que los hermanos de comunidad. Pues en mi caso no intervine contra ese difamador y extorsionador porque era amigo muy cercano de este hermano que no veo como puede predicar o dirigir una Evangelización después del asesinato social que permitió.  O el otro compañero que se llena la boca de palabras piadosas, pero al mismo tiempo afirma que dormía pared por medio con el demonio, porque bien sabía de sus inconsistencias, las cuales eran vistas con paciencia.  De ahí pasamos a un obispo que es un pagano, donde el valor evangélico pasa a segundo término, idolatra del dinero, la imagen y el poder. Y de los superiores de la congregación religiosa, amantes de cuidar las formas y maestros en evadir el conflicto, que prefieren la muerte a que se sepan las cosas, “nadando de muertito” para que la ambigüedad y el tiempo superen.  Yo todavía no entiendo como pueden celebrar su centenario soslayando estos hechos. Me da pena, porque en estos días mi reflexión me hace ver que su espacio de maniobra es muy reducido y no veo posibilidades de que los Misioneros alcancen a celebrar siquiera sus 120 años como están ahora.

Así pues a 13 semanas de Ayotzinapa y del mío personal ¿Cuál es el balance que hago? 

Hay dos ganadores, el pasquín yucateco que quiso extorsionar y difamar que solo gano ventas de su porquería y que sigue impune destruyendo vida de personas. El otro es el arzobispado de Yucatán que nunca hizo ningún proceso eclesial ni canónico a mi persona apelando a que con “mi renuncia” el caso estaba cerrado, pero negándose a aparecer en los medios.

Los perdedores en primer lugar la comunidad eclesial de Francisco de Montejo junto con los Misioneros que perdieron un creativo y trabajador sacerdote que amaba lo que hacía. El resentido ex Misionero junto con su extorsionador, condenados a no tener presencia social en Mérida. Y mi persona.

Pero los que me conocen saben como soy.  Con gran gusto recibí comunicación formal la semana pasada de parte de la PGR que investigó a fondo el caso junto con la fiscalía de delitos sexuales y la policía cibernética. El resultado fue que hasta el día de hoy no hay delito que perseguir.

Puedo asegurar y reconozco que siempre me moví en el límite, el riesgo, lo marginal en muchas cosas, pero delincuente no lo he sido jamás. Perdono de corazón al obispo de Yucatán y a los Misioneros, pues se que los movió –o al menos así lo quiero ver- la inexperiencia en el manejo de medios y situaciones complejas, el miedo a perder o deteriorar su imagen y que sin desearlo no sabían  que con su rudeza intentaban solucionar el problema, sin saber que con eso me aniquilaban social y eclesialmente. Sobre todo el miedo y el terror los hizo cometer asesinato social.

Como dice Job 19:25: “Yo se que mi defensor (go`el, paraclito, padrino, valedor) vive y en el día final se levantara del polvo”. Esa es mi esperanza, mi confianza  y el motor que me ayuda a salir de esta tragedia de la que no hay vuelta atrás. Sobre este asunto tan personal no insistiré más, solo lo hago porque no puedo vivir condenado al silencio y exige mi postura que lucha por no ser resentida.

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