lunes, 16 de enero de 2023

 

Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec

25 años formales de búsqueda

(Salmo 110,4; luego Hebreos 5,6)


 

El o la ministro de lo sagrado en todas las culturas ha jugado un papel muy importante y en su configuración han jugado papeles que podríamos llamar existenciales por un lado, o de poder sagrado o hierático por el otro. Aunque es to es simple se puede representar a Dios al estilo egipcio con oro, voz solemne, separado de todos y alegando el poder de Dios; simbólicamente con una fanfarria de Verdi de la marcha triunfal de Aida: “gloria al eterno vencedor del Egipto inmortal”; o más sencillamente como Isaías o las tribus israelitas, como un servicio de consuelo, manos que ayudan y se hacen presentes en los momentos difíciles. Esto existencialmente me invoca al Tatik Samuel a quien traté, conocí y amé.  Obviamente el segundo modelo luce menos, pero es más gratificante. El primero a gente insegura lo hace sentirse bien y se vuelve en una especie de mago que da certeza ante la pobreza de personalidad.

En la llamada Carta a los Hebreos, un discurso en un magnífico griego, escrito tardíamente, se retoma la situación y podemos decir que el modelo egipcio por más marchas triunfales de Aida no alcanza un gramo de salvación, en cambio con Jesús, de un modo creíble, porque implicó su vida y persona en la atención hasta el limite de las necesidades es el único Sacerdote para la humanidad. Y lo compara con el Salmo 110 que dice eso porque es del tipo de Melquisedec, es decir, de un origen único y desconocido por la gente.

A lo largo de la historia del cristianismo, esto no ha sido muy escuchado, pero ha tenido sus luces. En Europa para enfrentar la crisis del protestantismo que rechazaba el modelo digamos egipcio, afirmando Lutero también desde Hebreos dice que en Jesús todos somos sacerdotes, tanto hombres como mujeres y que el presbítero no es necesario. El catolicismo lo negó, pero sin releer Hebreos planteó un modelo digamos “jesuita”: serio, adusto, vestido de negro con sencillez, culto y preparado intelectualmente; especialista en la palabra y la Biblia y celebrante del sacramento.  Estos lideres socio-religiosas preservaron la cultura y como funcionarios de las distintas coronas europeas fueron sus líderes sociales, algunos hasta el siglo XX. 

Con los procesos secularizadores iniciados desde el siglo XVIII, agudizados en el siglo XIX, en crisis en el XX y con señalado rechazo en el XXI, marcaron el desplazamiento del presbítero a lo espiritual sacándolo de la plaza pública, pero como en su configuración eso no estaba en su mentalidad, lo descarrilaron y posterior a la Segunda Guerra esto se agudizó. Para mi su fin es icónicamente la imagen del “Padrecito” de Cantinflas (1964), donde el padre Sebastián, cómicamente intentando ser moderno, “buena onda” e innovador, se contrapone ai padre Damián, de viejo cuño, sin dinero (eterna crisis del cura contemporáneo que no sabe manejarlo), pero éticamente impecable.



Es en ese contexto donde a partir de 1977 formalmente me plantee ser ministro de lo sagrado.  Conocí el hieratismo del Opus Dei, pero por motivos diversos no encajé; pero la revolución mental me la dio el movimiento eclesial de Puebla en 1979, conocí a los Misioneros del Espíritu Santo que se abrieron a la inquietud diríamos existencial; por ellos traté a Don Samuel Ruiz y surgió un grupo que fuimos impulsados por la institución en esa época por construir un ministerio más existencial, pero algunos se asustaron, un sector cerró las puertas y con motivos diversos obligaron a casi todos a dejarlos.

Hoy con serenidad veo que los Misioneros del Espíritu Santo después de un breve período de apertura se volvieron una imagen cómica y contradictoria. Amables, con un discurso empático y “buena onda” intentando ser modernos, pero con prácticas contradictorias, preservando y consumiendo rápidamente lo poco que tienen y les queda, lejos de ser críticos o buscar renovar e innovar, hacen valoraciones sicologizantes, se vuelven torpes y rígidos en los hechos, lejanos de cualquier autocrítica y descalificando a cualquiera de donde venga. En los hechos ni acompañan ni son solidarios, su discurso es vacío, en síntesis, insignificantes socio-religiosamente y condenados a la desaparición en una erosión veloz. No es consuelo alguno tampoco que muchos sectores eclesiales estén igual.  

Por los motivos que sean, no es, ni será mi espacio, pero si soy creyente, sigo amando a la iglesia y mantengo mi fe en Jesucristo. Teológicamente sigo siendo ministro sacerdotal desde el 17 de enero de 1988 con carácter, es decir de modo irrenunciable.  Veinticinco años ya y sin la mínima duda de mi búsqueda, tratando de ser lo menos imperfecto, en otros contextos, pero con claridad de que lo que recibí y haré seguirá siendo como Hebreos 5. Ministerio sacerdotal, de otra manera, nueva y diferente, sencilla y sin ruido, al estilo de Melquisedec. Pero también que en el modo clásico institucional y público al estilo del padre Sebastián de Cantinflas, ni me veo ni me veré jamás como dice: “Estoy aquí porque no estoy en ninguna parte”. Que así se vivan ellos, yo no.

A 25 años me da vida seguir estando presente en la vida de los que públicamente traté y me trataron que nos envejecemos y seguirmos queriendo y en el desarrollo de la defensa de los derechos de niñas, niños y adolescentes que es un tema apasionante.