jueves, 23 de julio de 2015

¿Justificándonos en la autenticidad, libertad o espontaneidad podemos escribir mal o estupideces? Horrores ortográficos

Es común encontrar trabajos, cartas,  recados, o abrir el Facebook, Twitter o Whatsapp y te encuentras con tantos errores de ortografía que cuesta trabajo leer, entender y creer que quien los escribió, haya cursado satisfactoriamente tercero de primaria. O que lo que estés revisando sea un texto de alguien con un grado universitario, incluso maestría o doctorano.
Y no es que pida que todo el mundo escriba como Pablo Neruda, Isabel Allende u Octavio Paz, pero de verdad es ofensivo encontrar perlas como: “aNteZ d kRiTiKarMe iNteNtA aCePtARme!!!” o peticiones como “haber cuando nos vemos”.

Aquí te dejamos los horrores que he encontrado más comúnmente en mi cotidianeidad del bellísimo mundo que es el habla castellana.

En base a/con base en 
Decir o escribir “en base a” es uno de los errores más comunes, y se comete a todos los niveles. Es muy común que incluso periodistas, acadeémicos y políticos, quienes en teoría deberían expresarse mejor, usen esta frase. 

Sin embargo, la expresión correcta es “con base en” y significa que estamos cimentando nuestros argumentos o creencias sobre una base empírica o teórica de gran solidez. Así, podemos decir: “con base en todas las veces que he presentado solicitud de trabajo, creo que ahí no me contratarán nunca”.

“Es de que...” 
Es muy evidente para alguien que nunca ponía atención en la gramática española o en sus clases básicas de español, caer en lo que se llama queísmo o dequeísmo.

El dequeísmo consiste en poner “de” antes del “que” de manera innecesaria:
-“Ay profesor, es de que se me fue la luz y ya no pude imprimir mi tarea”. 
-“Híjole comadre, es de que me quedaron mal con un pago y no tengo para lo de la tanda”. 
¿Se dan cuenta de que en ambos casos se puede suprimir el “de” y no se altera de ninguna forma el sentido de la frase? Evitemos el dequeísmo a toda costa. 

El dequeísmo también tiene su hermano gemelo malvado, que es el queísmo, y es suprimir el “de” cuando, de hecho, sí debería ir en la frase. Aquí un par de ejemplos. 
“Es que no llegué porque no vi que había mucho tráfico que hizo que el metro se tardara y que ya de plano vi que era muy tarde”… ¡Marean! Si como dice Quevedo: “Lo bueno brevemente dicho, dos veces bueno”

La solución que propongo es intentar revisar tu texto y borrar todos los “que” y después leerlo, verás cómo gana en elegancia.

“Me di cuenta que en Navidad trago como Niño Dios”.
“Me enteré que con tu marido trabaja una mujer rubia. Ella se llama…”.
En el primer caso, la frase correcta sería “Me di cuenta DE que en Navidad…” y en el segundo caso, “Me enteré DE que con tu marido…”.
 ¿Por qué? Porque te estás dando cuenta DE algo y porque te enteraste DE algo.  

Ay, hay, ahí 
Es muy común que se confunda entre "ay" y "hay", y un poco menos con "ahí", pero también pasa. ¿Por qué? En los primeros dos casos porque son homófonas.
Cuando solemos leer poco, tendemos a escribir palabras “como nos suenan” y esto es complicado cuando dos palabras suenan igual. Es entonces cuando cometemos sendas barbartidades.
Así es como vemos cada día horrores ortográficos como “hay, me duele el estómago” o “Ya no ay qué comer, mejor me mato”.

Recordemos que “ay”, sin hache, es una interjección que denota algo que nos duele o nos saca de onda: 
“¡Ay, se me olvidó la tarjeta del Metrobús”. 
Y "hay", que es la forma impersonal del verbo haber: “Hay personas que salen a la calle en Crocs, qué oso”.

“Habemos” 
¡TACHE! La forma verbal “habemos” no existe para referirse a “somos” o “estamos”, pues el verbo haber, al referirse a personas o cosas sólo se usa de forma intransitiva, es decir, sólo se puede conjugar en tercera persona. 

Decir: “no todos los hombres son iguales, habemos algunos que sí valemos la pena”, además de ser incorrecto por estructura, es una gran mentira, embustero. Sería mejor decir: “No todos los hombres somos iguales, algunos valemos la pena”.

Hablando de tiempos verbales que no existen, es muy común decir “veniste”. ¿Por qué? Porque tanto conjugación “venimos” como “vinimos” son correctas: venimos es el verbo venir en presente, y “vinimos” es el pasado del verbo venir.

Ahí va el ejemplo, más desmenuzado:
“Ayer vinimos, pero no te encontramos, por eso venimos otra vez”. 
Sin embargo, decir “¿por qué no veniste ayer?” es incorrecto, incorrectísimo, una barbaridad. Así que la próxima vez que les pregunten “¿Ya te veniste?” además de ofenderse por la evidente grosería que eso significa, también podrán ofenderse por la pésima manera de expresarse. 

Haber/a ver
Todo es risas y diversión cuando estás interactuando en Facebook y de repente te escribe: “me caíste muy bien, haber cuándo nos vemos” y entonces te dan ganas de sacarte los ojos con una cuchara caliente. Y es que este error es súper común, pero no por ello lo vamos a perdonar, como guardianes del buen decir. 

Recuerda que “haber” es un verbo.

Forma correcta: debe haber alguien para mí.

Forma incorrecta: voy haber si ya puso la marrana. 
¡No es difícil, sólo practica!

Hecho/echo
Otro error bastante común viene de confundir la grafía del verbo "hacer", con el verbo "echar", que no significan lo mismo. 

Piensa en un lunes por la mañana en el que llegas a la oficina sin ganas de trabajar. Ahí, con todo el dolor de tu corazón, expresas: 
“Estoy hecho un guiñapo. Ahorita voy y me echo una jetita en el baño”. 

Aún y aun 
Aunque algunas personas usen estas dos palabras de manera indistinta, la tilde hace la diferencia entre ambas. 

¿Cuándo usar “aún” con tilde? Cuando sea sustituto de “todavía”, es decir, cuando se trate de un marcador temporal.

“¿¡CÓMO QUE AÚN NO DEPOSITAN?!” 

Por su parte, “aun” sin tilde se utiliza cuando la palabra puede sustituir a “incluso” o “inclusive”:
“Niños mayores de 3 años pagan pasaje, aun sentados en las piernas”. 


Seguro ustedes tienen en su Facebook a una de esas personas que cometen varias faltas de ortografía por frase. A VER si agarran la onda y dejan de ofender nuestros ojos. Escribir bien es signo del sentido del otro y de humanización, no de libertad o autenticidad. Dixit!

martes, 21 de julio de 2015

De hombres bestiales y de animales humanizados: una contradicción de la sociedad actual

perrohijo abominación de hoy
La sociedad actual lejos de evolucionar, con la globalización que vivimos, vemos una contradicción que se nos hizo presente ya en otro momento de mundialización: el siglo XVI. En ese entonces, al surgir en el panorama lo que luego llamamos América, se hizo presente una nueva forma de ser humano: la indígena. Donde el debate no era –como afirma la leyenda negra- sobre sí estos eran animales o no, sino el grado de humanización presente en esas culturas originarias.

Y todo porque el esquema de interpretación vigente, pensado por el griego de Aristóteles, afirmaba que todos los hombres como animales –zoon-, somos iguales, salvo las diferencias que hay y existen producto de la práctica de las virtudes, que son actos repetidos y sostenidos en favor del bien mayor o la construcción de la sociedad; mientras que los vicios son actos sostenidos y repetidos para la destrucción o el mal.

En este mundo aristotélico de las virtudes se dice que hay virtudes morales, que están referidas a las costumbres y la convivencia, que llevan al bien común, construcción y convivencia en la sociedad; y también las virtudes intelectuales que llevan al ennoblecimiento del hombre y que coinciden con las artes liberales. Por tanto, un hombre que no cultiva las virtudes queda reducido a una condición humana bestial, común con los animales. Y concluía Aristóteles, que el Estado y la sociedad tienen la obligación y el derecho de llevarlo a salir de esa condición de bestialidad.

Podemos concluir que en vista de que el ser humano por ser racional y vivir en convivencia o comunidad social, puede y tiene derechos por y para vivir en sociedad; pero al mismo tiempo esto exige obligaciones que le demanda el hecho de vivir conviviendo con otros humanos –elemento que se olvida fácilmente-.  No así las bestias o los animales irracionales, que no son capaces de tener derechos, pues no pueden ejercer obligaciones de convivencia, pues su horizonte de vida se reduce al instinto básico. La primera conclusión de esto es que es inútil e imposible hablar de derechos animales y de la naturaleza, por su limitación racional. Aunque esto no nos exime, en función del bien común como humanos de proteger y cuidar la naturaleza y los seres que en ella habitan, con los cuales convivimos.

El tema desde una perspectiva histórico-filosófica fue desarrollado en tiempos de la Segunda Guerra Mundial por un gran humanista mexicano: Edmundo O´Gorman, en un artículo titulado: “Sobre la Naturaleza Bestial del Indio Americano: Humanismo y Humanidad. Indagación en torno a una polémica del siglo XVI”.[1]

Don Edmundo inicia de manera categórica: “He aquí una paradoja singular: no todo hombre es hombre”. Contradiciendo el ideal ilustrado propuesto por Rousseau y los franceses de que todos los hombres son iguales.

Y luego explica su provocadora afirmación: <<Con cuánta frecuencia decimos y leemos de alguno que es inhumano, que no es hombre; que es un animal, una bestia. Se trata de un ser a quien, pese a todas las apariencias, le falta algo para ser hombre. A ese tal no le tributamos todos los signos usuales de reconocimiento de la condición humana. Con ocasión de, por ejemplo, su muerte, lo enterramos “como a un perro”. Es decir, como a un animal cuyos despojos sólo por una necesidad profiláctica hacemos desaparecer en las entrañas de la tierra.>>

Desgraciadamente a 75 años de haber dicho eso, hoy encontramos hombres más animales  o más bestiales en su actuar de los que hace referencia en esos tiempos de guerra. Incluso algunos son vistos en la irracionalidad contemporánea como héroes, tal es el caso de la exaltación de algunos narcotraficantes en los nuevos “cantares de gesta”, denominados “narco corridos”.

O´Gorman presenta luego la otra gran contradicción igual de provocadora y escandalizante: “es alarmante la manera humana con que son tratados los animales”. Y ejemplifica refiriéndose al mundo anglosajón, cuando en este siglo XXI el fenómeno es global, incluyendo a nuestras empobrecidas sociedades: hay hospitales, comedores, parques de recreación y hasta peluquerías y casas de modas para los perros; no es raro, que al morir un caballo de un equipo de equitación se le rindan honores como si se tratase de uno de los miembros del equipo. Y añado: cuantas mascotas son tratados mejor que algunos humanos en condición de pobreza marginal, y los gastos de su manutención no equivalen a la tortilla que comen diariamente algunos mexicanos. O la indignación que genera una bofetada a un perro ante la indiferencia por un trato similar hacia algunos seres humanos.

Concluye O´Gorman lapidariamente: “Hombres bestiales, y bestias humanales. Este doble fenómeno nos advierte que hay una cierta indeterminación y vaguedad en el concepto de lo humano”.
Hoy es muy difícil, más ahora, definir el límite entre la bestia y el hombre.  Obviamente que nadie confunde a un pastor alemán  con un guardia de seguridad, ni los jinetes de un equipo de equitación son vistos como centauros; pero hoy es más agudo este fenómeno: hay una fuerte tendencia  o “propensión de pensar a un hombre como bestia, o a una bestia como hombre”.

El tema exige más reflexión, y hay gente que ya lo ha hecho, pero en nuestra pereza por pensar y más por leer, ni no lo planteamos, reducidos al sentimentalismo de encontrar a individuos que se conmueven ante la miseria de los animales, indiscriminadamente promoviendo los irracionalmente llamados “derechos de los animales”, llamando héroes a los que buscan casa para gatos, perros y demás fauna. No quiero decir con esto que eso no se haga.  Pero aquí hay algo que huele mal, al no ver ni un mayor o al menos el mismo empeño para detener los daños que causa en la sociedad la muerte, la tortura, la violencia, la opresión, la exclusión, la discriminación y el hambre.

El motivo de esta reflexión es expresar mi rechazo por algo que leí en estos días y me llenó de indignación: “Para los que visitan mi casa y se quejan de mi mascota: 1.Él vive aquí, tu no; 2. Si no quieres pelos, aléjate de él; 3. Quiero a mi mascota más que a muchas personas; 4. Para ti es un animal, para mi es parte de mi familia”. Pues a esos tal le respondo: una casa ni un departamento es un hábitat adecuado para un animal, pues no fue diseñado para él; no se puede querer a un animal igual que a una persona y por mucho aprecio que se le tenga, ningún perro, gato o perico estará a la altura de mi familia para considerarlo igual que a mi padre, madre, hermanos, amigos o con quien me siento vinculado afectivamente. Es cómodo tener como familia a gatos y perros, pues siempre el poder de la relación lo mantiene uno y cuando se dificulta lo dejas en una pensión o lo regalas; y no te exige, cosa que si pasa con un hijo, amante, amigo, hermano, madre  y padre, aunque a veces quisiéramos hacerlo también.


[1] Edmundo O ́Gorman, “Sobre la naturaleza bestial del Indio Americano”, en Filosofía y Letras, no 2, UNAM, Imprenta Universitaria, México 1941, pp. 141-159; 305-315..