domingo, 28 de diciembre de 2014

El tiempo, el implacable, el que pasó... siempre una huella triste nos dejó

Alegoría del tiempo de Tiziano
525 600 minutos
525 600 momentos de luz
¿Cómo podemos medir un año?
¿En días? ¿En tardes? 
¿En platicas de media noche?
¿En besos, temores, risa y dolor?
¿Con qué medimos un año que se fue? 


¿Solo con amor? Tan solo amor... ciclos de amor.
Mil tareas que planear…
¿Cómo podemos medir una vida que se va?
En cuánto aprendió, cuánto lloró, cuánto perdió y cómo murió…
Celebremos unidos en honor a la amistad, con amor por un año mas.
¿Sólo con amor? Tan solo amor… ciclos de amor.
525 600 minutos. 
(RENT, fragmento, Seasons of Love)

El gran José Gaos decía que el tiempo es una exclusiva del hombre, pero no el tiempo en cuanto a su paso, sino la conciencia del mismo, se vuelve algo propio del hombre. El tiempo es exclusiva humana. Pero no todos los humanos tienen ese grado de conciencia, porque vegetan en la animalidad sin conciencia del tiempo y no se vuelven sujetos ni señores-señoras del mismo. Estamos por empezar el año 2015 del calendario gregoriano, pero veremos que el calendario como uso del tiempo es propio del ser humano y su actividad cultural.

1. El calendario. historia...
El calendario es el sistema que usamos para marcar el tiempo en años, meses, semanas  y días.  La palabra “calendario” viene del latín calendarium, que era como los romanos le decían a los libros de contabilidad.  Calendarium viene de Kalendae o sea calendas. Los romanos median el tiempo en ciclos lunares. Calenda era el primer día del mes (luna nueva ) y era cuando uno tenía que pagar sus cuentas. Todo el mundo le tenía terror a las calendas, ya que ese día llegaba el cobrador con su librito (calendarium) a cobrar. Los romanos en la noche miraban a la luna y decían algo así: ante diem sextum kalendas, o sea “seis días antes de la calenda”. De ahí la abreviatura a.d. (ante diem o sea “dia antes”).
Calenda además viene del verbo calare que significa “gritar” o “llamar”, que era lo que hacían las personas cuando venían a cobrar.

Las divisiones del calendario se basan en los movimientos de la Tierra y las apariciones regulares del Sol y la Luna. Un día es el tiempo medio necesario para una rotación de la Tierra sobre su eje. La medición de un año se basa en una rotación de la Tierra alrededor del Sol y se llama año estacional, tropical o solar. Un año solar contiene 365 días, 5 h, 48 m, y 45,5 s. Un mes se calculaba inicialmente por los pueblos antiguos como el tiempo entre dos Lunas llenas, o el número de días necesarios para que la Luna circunde la Tierra (29,5 días). Esta medición, llamada mes lunar o sinódico, daba lugar a un año lunar de 354 días, 11 días más corto que un año solar. Sin embargo, en los calendarios modernos el número de días de un mes no está basado en las fases de la Luna. La duración de los meses es aproximadamente una duodécima parte de un año (28 a 31 días) y se ajusta para encajar los 12 meses en un año solar.

La semana procedía de la tradición judeocristiana que disponía descansar del trabajo cada siete días. No está basada en fenómenos naturales. Los romanos dieron nombre a los días de la semana en honor del Sol, la Luna y varios planetas.
Las variaciones entre los muchos calendarios en uso desde los tiempos antiguos a los modernos han sido debidas a la inexactitud de los primeros cálculos de la duración del año, junto con el hecho de que un año no puede ser dividido exactamente por ninguna de las demás unidades de tiempo: días, semanas o meses. Los calendarios más antiguos basados en meses lunares dejaron con el tiempo de coincidir con las estaciones. Ocasionalmente había que intercalar o añadir un mes para conciliar los meses lunares con el año solar. Un calendario que periódicamente realiza ajustes de este tipo se llama calendario lunisolar.

Los primeros calendarios se basaron en movimientos de la Luna. Tras esto se probó que era inexacto cuando el hombre aprendió que la Tierra viajaba alrededor de su estrella. El Sol se convirtió en la base para el registro del tiempo ya que el año lunar no concordaba con el ciclo de la Tierra alrededor del Sol. Aunque siguen existiendo algunos calendarios que se usan en la actualidad que se basan en el ciclo de la Luna. Estos están normalmente bien arraigados en la tradición y serían difíciles de cambiar sin afectar la cultura; especialmente si estos envuelven una religión. El calendario Judío actual sigue basándose en los movimientos de la Luna que comienzan con el año de su creación, puesto en el 3 760 AC. El calendario Islámico también se basa en el satélite impactado de meteoritos de la Tierra.

Los Egipcios fueron los primeros en adoptar el Sol como una guía de referencia. El suyo es el descendiente lejano del calendario Gregoriano que usamos hoy. El mes se convirtió en una unidad arbitraria que fue previamente relacionada a los ciclos de la Luna. Los Egipcios usaban un año de 365 días. Se cree que adoptaron primero este calendario en el año 4 236 AC. Posteriormente la gente aprendió que la Tierra daba vueltas en un periodo de 365 días y aproximadamente un cuarto de día más girando alrededor del Sol. Los faraones y otros líderes hicieron varios intentos para alterar sus calendarios para reflejarlo pero fallaron fuera debido a tradición o a fallos de calculo de los astrónomos al que se asignó la tarea de mirar los movimientos del calendario. Seguidamente llegaron los Romanos. Al principio habían usado un sistema basado en la Luna que era muy complicado. Su exactitud era confiada al "Colegio de Pontífices" los cuales abusaron de este privilegio para su propio provecho. Por entonces Julio Cesar se hizo dictador virtual de Roma y el calendario estaba hecho un lío. En el 47 AC, él llamó al famoso astrónomo griego Sosigenes para intentar arreglar las cosas. Tras la sugerencia de Sosigenes, Cesar decidió adoptar el año solar como hicieron los Egipcios. El dio al año una duración de 365 días y un cuarto de día. Este cuarto de día era retenido durante 4 años y entonces se añadía como un "año bisiesto." Para honrar a Julio Cesar, el Senado cambio el nombre del mes Quintilis por Julius (Julio). Cesar también tuvo que hacer correcciones debido a errores en el viejo calendario. Los problemas no terminaron ahí, tras ser asesinado en el 44 A.C. los Pontífices a cargo del calendario decidieron insertar el año bisiesto cada tercer año en vez de cada cuarto año. Cuando Octavio Cesar Augusto entró en escena restauró el Año-bisiesto correcto en el 8 D.C. Como habrá podido adivinar, el Senado también honró este cambió renombrando el mes Sextilis por Augustus (Agosto). A este calendario se hace referencia como calendario Juliano, por razones obvias. En el año 321 DC el Emperador Constantino creó la semana de siete días olvidando el viejo sistema complicado de "calendarios" que desarrollaron los Romanos para hacer referencia a días dentro de un mes. En cuanto la tecnología estuvo disponible se descubrió que la verdadera duración del año Solar es de 365.242199 días, o 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos. Esto significa que el calendario Juliano estaba retrasadísimo por aproximadamente 11 minutos. Tras unos pocos siglos este retraso pronto habría alcanzado varios días. De nuevo el calendario comenzó a depender de las estaciones.

En 1582 el Papa Gregorio XIII solicitó los servicios del matemático Cristobal Clavius y el astrónomo-físico Luigi Lilio Ghiraldi para corregir el error. Encontraron que el error alcanzaba 10 días. En Octubre de 1582 el calendario fue ajustado para arreglar el error. El día 4 fue seguido del 15 para perder los 10 días. Esto creó problemas a gente nacida el día 5 pero se hacía referencia a esas fechas bien usando los sistemas SV (Sistema Viejo) o SN (Sistema Nuevo). Entonces la regla del año bisiesto fue cambiada para evitar errores posteriores. Ahora cualquier año centurial (terminando en "00") solo sería bisiesto si era divisible por 400. Por lo tanto el 1600 fue un año bisiesto pero el 1700, 1800 y 1900 no lo fueron. Este se convirtió en el calendario "Gregoriano", que es el que usamos hoy.

Todos los países Católico Romanos adoptaron la reforma Gregoriana inmediatamente, pero otros fueron lentos en seguirlo. El Inglés no empezó a usarlo hasta 1752. El Francés siguió el Gregoriano desde el principio pero cambió en 1792 y volvió a él en 1805. Japón lo siguió en 1873, China 1912, Grecia 1924 y Turquía 1927. Rusia tuvo una experiencia similar a Francia durante la revolución Bolchevique pero volvió a él en 1940. Desde entonces unas pocas personas han estado insatisfechas con el calendario y han intentado reformas, pero un cambio significativo no pudo ser efectuado porque el mundo entero no puede ponerse de acuerdo en un nuevo sistema. En 1923, se escucharon 500 nuevas reformas en la Liga de Naciones. Dos nuevos calendarios emergieron como favoritos: El Calendario de Trece Meses y el Calendario Mundial. Pero estos no tuvieron una aceptación mayoritaria por las naciones debido a conflictos con fechas nacionalistas de importancia y la comunidad de los negocios dijo que podrían complicar las cosas. Hubo otros que estuvieron cerca pero son demasiados para hacer una lista. Así que parece que todavía conservaremos el calendario Gregoriano por el momento. Debe recordar por tanto que las fechas previas al 15 de Octubre de 1582 no pueden calcularse simplemente retrocediendo en el tiempo una cierta cantidad de días desde hoy. El tiempo no es lineal en este sentido debido a todos los cambios que se han realizado En nuestra vida cotidiana utilizamos invariablemente el calendario para llevar el registro del tiempo. Así por ejemplo el 21 de Julio de 1969 marca la llegada del hombre a la Luna mientras que el 25 de Diciembre es Navidad. Esta forma de marcar el paso del tiempo adolece de un defecto: es difícil comparar cuantos días han transcurrido entre dos acontecimientos, por ejemplo la llegada del hombre a la Luna y la última Navidad. Uno debe considerar cuántos años los separan y cuáles fueron bisiestos; cuántos meses y cuáles (cuántos febreros), cuántos días, etc... para finalmente llegar a saber cuantos días separan dos fechas. Cuando por fin llega uno a un resultado es mejor repetir la cuenta para checar si salió bien.

jueves, 25 de diciembre de 2014

De otros Ayotzinapas



Este 26 de diciembre de 2014 serán 13 semanas  de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa. Pero hay también otros desaparecidos que se pierden ante la magnitud de la tragedia.

Ayotzinapa marca un parteaguas en la vida de la nación y también en mi vida propia, pues muchas cosas quedaron hechas cenizas y en el fondo del basurero, tales como la figura presidencial, el político de raigambre nepotista y caciquil, la autoridad cínica que no da cuentas o el silencio cómplice y ambiguo que manda al olvido del tiempo la solución de sus inconsistencias. En Ayotzinapa fue el Estado el culpable, no porque lo ordenara directamente, sino porque se hace cómplice ocultando, soslayando, callando o posponiendo una palabra clara sobre los implicados que son en parte funcionarios públicos. Es lo que en la tradición cristiana se llamaba “pecado de omisión”.  Aquí es culpabilidad por omisión. 

De manera análoga fue la institución eclesial, representada por el Arzobispo de Yucatán y el equipo de gobierno de la Provincia de México de los Misioneros del Espíritu Santo los que actuaron de manera similar. Yo fui Misionero del Espíritu Santo hasta el pasado 6 de octubre, y estuve vinculado a ellos por treinta años, poco más de la mitad de mi vida.  Puedo decir como Joaquín Sabina de España que la ve como madre, madrastra, cómplice y Judas, mi sentimiento es muy parecido con respecto a la que fuera mi Congregación: “más guapa que ninguna”, pero también madrastra, “la fruta que se indigesta y mira pa otro lado”. O como Efraín Huerta en mis noches de insomnio le hago mi declaración de amor y de odio profundo.

Motivos, razones y errores quizá haya habido muchos de mi parte y quizá algunos muy graves, pero creo que ninguno justifica este decreto de desaparición eclesial y social al que han intentado condenarme con su silencio y su renuncia “por motivos personales”.

Si, renuncie a ellos porque no veo en ese espacio eclesial-social posibilidades para el crecimiento, ni viabilidad para el futuro y no solo hablo del aspecto personal. Así mismo sus dinámicas internas de ambigüedad, negación de la realidad, de exclusión y de marginación interna, con el intento de extorsión que viví en Mérida, solo desencadenaron un proceso que “ya se venía venir” o como me decía un compañero: “cuídate, porque el día que tengas un resbalón, estos bailaran sobre tu calavera hasta hacerla polvo”.  Y tal cual, eso es lo que hicieron los que actualmente dirigen esa institución, sumados con el arzobispo de Yucatán.

Incapaces para manejar una situación conflictiva optaron por encerrarse y desconectar su comunicación con el mundo exterior, me prohibieron defenderme ante los medios.  Son tan aberrantes sus extensas entrevistas por radio con motivo del centenario, que suenan huecas, porque cuando debieron hacerlo no lo hicieron por cuidar su imagen de “buena onda” que ha sido su pecado histórico. Es ficción el ambiente de familia que proponen vivir, porque es ley no escrita que primero están las amigas y amigos que los hermanos de comunidad. Pues en mi caso no intervine contra ese difamador y extorsionador porque era amigo muy cercano de este hermano que no veo como puede predicar o dirigir una Evangelización después del asesinato social que permitió.  O el otro compañero que se llena la boca de palabras piadosas, pero al mismo tiempo afirma que dormía pared por medio con el demonio, porque bien sabía de sus inconsistencias, las cuales eran vistas con paciencia.  De ahí pasamos a un obispo que es un pagano, donde el valor evangélico pasa a segundo término, idolatra del dinero, la imagen y el poder. Y de los superiores de la congregación religiosa, amantes de cuidar las formas y maestros en evadir el conflicto, que prefieren la muerte a que se sepan las cosas, “nadando de muertito” para que la ambigüedad y el tiempo superen.  Yo todavía no entiendo como pueden celebrar su centenario soslayando estos hechos. Me da pena, porque en estos días mi reflexión me hace ver que su espacio de maniobra es muy reducido y no veo posibilidades de que los Misioneros alcancen a celebrar siquiera sus 120 años como están ahora.

Así pues a 13 semanas de Ayotzinapa y del mío personal ¿Cuál es el balance que hago? 

Hay dos ganadores, el pasquín yucateco que quiso extorsionar y difamar que solo gano ventas de su porquería y que sigue impune destruyendo vida de personas. El otro es el arzobispado de Yucatán que nunca hizo ningún proceso eclesial ni canónico a mi persona apelando a que con “mi renuncia” el caso estaba cerrado, pero negándose a aparecer en los medios.

Los perdedores en primer lugar la comunidad eclesial de Francisco de Montejo junto con los Misioneros que perdieron un creativo y trabajador sacerdote que amaba lo que hacía. El resentido ex Misionero junto con su extorsionador, condenados a no tener presencia social en Mérida. Y mi persona.

Pero los que me conocen saben como soy.  Con gran gusto recibí comunicación formal la semana pasada de parte de la PGR que investigó a fondo el caso junto con la fiscalía de delitos sexuales y la policía cibernética. El resultado fue que hasta el día de hoy no hay delito que perseguir.

Puedo asegurar y reconozco que siempre me moví en el límite, el riesgo, lo marginal en muchas cosas, pero delincuente no lo he sido jamás. Perdono de corazón al obispo de Yucatán y a los Misioneros, pues se que los movió –o al menos así lo quiero ver- la inexperiencia en el manejo de medios y situaciones complejas, el miedo a perder o deteriorar su imagen y que sin desearlo no sabían  que con su rudeza intentaban solucionar el problema, sin saber que con eso me aniquilaban social y eclesialmente. Sobre todo el miedo y el terror los hizo cometer asesinato social.

Como dice Job 19:25: “Yo se que mi defensor (go`el, paraclito, padrino, valedor) vive y en el día final se levantara del polvo”. Esa es mi esperanza, mi confianza  y el motor que me ayuda a salir de esta tragedia de la que no hay vuelta atrás. Sobre este asunto tan personal no insistiré más, solo lo hago porque no puedo vivir condenado al silencio y exige mi postura que lucha por no ser resentida.

¿Felices Fiestas?.... La ambigüedad como propuesta de vida


Imagen del fenomeno de la serpiente de Maloja en los Alpes Suizos

En días pasados vi una muy buena  película que se titula en inglés “Clouds of Sils Maria”.  La historia se desarrolla en los Alpes suizos, donde en el valle de Engadina, una nube nacida del aire húmedo de los lagos italianos invade poco a poco todo el valle: la serpiente de Maloja. La sigue un viento igual de inexplicable, un soplo característico de la noche que se manifiesta en pleno día, con la característica de que se percibe de manera difusa y ambigua. Ese es el núcleo simbólico y el marco principal desde donde el autor Olivier Assayas interpreta al mundo de hoy que se mueve en un movimiento prevalente de ambivalencias entre una frontera mágica y difusa que separa la superficie del mundo y sus corrientes invisibles, esto es en el pueblo de Sils María situado en un majestuoso panorama montañoso y que inspiro a Nietzche su concepto del tiempo como un eterno retorno.

La cinta opone y fusiona con inteligencia la vaguedad en la que se desarrolla nuestro mundo, donde no hay definición entre pasado y presente, madurez y juventud, celebridad y aislamiento, ficción y realidad, modernidad y clasicismo, masculino y femenino, Así presenta con una gran elegancia y delicadeza los modos de vida ambivalentes y de falsas apariencias en torno a dos personajes principales: un icono del cine de autor francés como Juliette Binoche y una celebridad entre las generaciones jóvenes de Estados Unidos como Kristen Stewart protagonista de la serie de películas sobre vampiros “Crepúsculo”.

            En estos días me he enfrentado en los medios de transporte, publicidad e incluso amistades con personas que te proponen que tengas  unas ambiguas e insípidas “Felices Fiestas”.  En el bamboleo y frenado del metrobus me pregunto una y otra vez: ¿De qué fiestas están hablando? La mayoría dice la Navidad o el inicio del año.  Pero en su imprecisión podemos también decir sobre  efemérides del 25 de diciembre: felices fiestas saturnales,  o fiestas de invierno, feliz conmemoración del inicio de la presidencia de Boris Yeltsin, del imperio de Hiro Hito,  de Carlo Magno, del penúltimo periodo de Benito Juárez triunfante después de fusilar a Maxi de Habsburgo, de la toma de posesión en Puebla del presidente Manuel Gómez Pedraza, felices fiestas de independencia de Tayikistán,  felices fiestas por el nacimiento de Anuar el-Sadat o Humphrey Bogart. También podemos celebrar la ruptura y celebrar las fiestas decembrinas en el más puro estilo de Javier Solís: “Diciembre me gusto pa que te vayas… que sea tu cruel adiós mi Navidad… no quiero comenzar el año nuevo, con este mismo amor, que me hace tanto mal”.

Pero como humanos, apelando a nuestra capacidad crítica, tenemos que reflexionar sobre el sentido de la fiesta hoy. El vocablo latino festum es el plural de festa: de allí proviene la palabra fiesta. Se trata de un rito social, compartido entre un grupo de personas, donde se marca un cierto acontecimiento a modo de celebración.  Así que lo primero que tenemos que tener claro es el motivo del acontecimiento que celebramos.  Ya pusimos unos, pero no podemos quedarnos en ese ambiguo “Felices fiestas” sino “Felices fiestas de…” Para los cristianos es la celebración de la plenitud de lo humano en Jesús de Nazaret como posibilidad de cambio.

Fiesta
Además de un objetivo o motivo, una fiesta implica necesariamente unos rituales, es decir que los participantes adopten un rol para la ocasión, por lo general descontracturado y desinhibido. La fiesta puede incluir música, baile, disfraces y comida.

Cada fiesta tiene sus propios ritos: en los cumpleaños, por ejemplo, el agasajado suele soplar una o varias velas que se ubican en un pastel. Los asistentes a la fiesta, por su parte, acuden con regalos para el cumpleañero.

Cabe destacar que el concepto de fiesta está asociado a la diversión y al regocijo más allá del evento en sí mismo. Por eso existen frases como “Tengamos la fiesta en la paz” (cuando se le solicita a alguien que no genere disturbios o problemas), que se utiliza aún cuando no se esté en medio de un festejo.

Por tanto, para los que creemos en Jesús como Mesías, es decir como portador de cambio, la fiesta tiene que tener sus propios ritos, que en este mundo cambiante se tienen que definir.  No solo apelar a usos y costumbres.

Para los no creyentes, los ritos festivos tienen que tener su contenido. Desde la fiesta por la familia reunida para la ocasión, las uvas y el vino rojo de la abundancia, los platillos especiales para que el porvenir sea especial y abundante, y así un largo etcétera.

Lo que no nos podemos permitir es quedarnos en un anodino  y ambiguo ¡Felices Fiestas! Sin sentido.

domingo, 21 de diciembre de 2014

La Encarnación: manifestación del limite como poder


 El nacimiento de Cristo
según Paul Gauguin, 1896

(texto de mi amigo Javier Sicilia)

Una vez más, como cada año, nos disponemos a celebrar la Navidad. Nadie, en Occidente, escapa al acontecimiento. Repentinamente la vida de todos los días se suspende y nos guste o no, le denominemos ambiguamente fiestas de invierno, creamos en él o no, lo reduzcamos a ruido y a regalos o una meditación recogida, su misterio nos envuelve. ¿Qué nos dice?


La tradición occidental nos enseña que es el descendimiento de lo alto a lo bajo, de Dios que entró en el mundo de los hombres como una criatura indefensa, tan indefensa que podríamos aplastarla de un puñetazo. El acontecimiento, como todos los hechos evangélicos, tiene, sin embargo, resonancias profundas e inagotables. Hoy se nos presenta como un desafío al mundo contemporáneo.


Si algo nos muestra el Niño de Belén, como una concretización del mito de Epimeteo, es precisamente lo contrario de lo que el mundo sacraliza: la desmesura.


1. Nostalgia de Epimeteo
Desde siempre, Prometeo ha sido una figura emblemática para el Occidente moderno. La rebelión de ese titán humanista que, contra la arrogante arbitrariedad divina, asalta el cielo y entrega a los hombres el fuego y la libertad, las técnicas y el arte, ha sido fuente de inspiración de todas las rebeliones de los siglos xix y xx. Sin embargo, después de la segunda guerra mundial, Albert Camus descubrió su degradación en el ensayo "Prometeo en los infiernos". Si Mary Shelley y Goethe, como lo señala José María Sbert, percibieron ya "cierta ambigüedad en el mito", fue Camus quien descubrió su horror: Prometeo ha sido traicionado. Su rebelión se ha convertido en el horror de los poderes de la técnica: "Hoy la humanidad [sólo] se preocupa [...] de las técnicas. Se rebela en sus máquinas [...] cree que hace falta liberar, en primer lugar, el cuerpo, incluso si el espíritu tiene que morir provisionalmente."


Frente a eso, ¿qué oponer? Camus oponía la virtud del límite que pedía el Prometeo de Esquilo: "Les prometo la reforma y la reparación, ¡oh mortales!, si son [...] lo bastante virtuosos [...] para operarlas con sus manos." Pero las palabras del titán ya habían sido degradadas: la virtud, en manos de los poderes del hombre moderno, se ha convertido en el triste hábito del dominio. Contra ese olvido, Iván Illich opone a Epimeteo.


Visto desde la rebelión del héroe titánico y desde el poder tecnológico, Epimeteo es sólo un imbécil: delegado por su hermano para repartir las facultades entre las criaturas, lo hace tan mal que al llegar al hombre se le han acabado –lo que obliga a Prometeo a robar a los dioses–; luego, engañado por Zeus, abre la caja de Pandora de donde salen la enfermedad, la vejez y la muerte. Sólo la esperanza queda atrapada en ella. Illich, sin embargo, ve en ese mito –despreciado por los atenienses y olvidado por los modernos–, no la imbecilidad, sino la humildad, los límites y la esperanza. Mientras el hombre prometeico quiere fiarse de su poder y de sus resultados para dominar a Pandora y cerrar su caja, generando con ello la aparición de Némesis –el castigo de Prometeo es una metáfora de la contraproductividad de las instituciones y de las técnicas modernas que, para tratar de de eliminar los males, genera otros mayores–; Epimeteo es el hombre de la humildad y la esperanza. Frente a Pandora, que no es la dispensadora de los males, sino, como lo dice un mito más antiguo, la proveedora de todo, de bienes y de males, y que muestra con ello los límites humanos, Epimeteo confía en la bondad de la naturaleza y en la esperanza que guarda la caja. A diferencia de su hermano, no desespera ni busca dominar con la sabiduría robada a los dioses. Por el contrario, espera del don del otro, confía en la sabiduría de la experiencia y de la tradición y asume la alegría de la condición humana; busca cuidadosamente una vida buena enmarcada en los límites y en la amistad, no en el control de la panacea científico-tecnológica, de las ideologías y de las instituciones modernas. Al ayudar a su hermano a encender el fuego y forjar el hierro, no lo hace con un espíritu de dominación, sino para aliviar, para sanar y ocuparse de sus prójimos.


2. La Navidad: El mito de Epimeteo deja de ser mito.
Si algo le hace falta al mundo, no son las virtudes que Prometeo pedía a los hombres, sino la paciente y confiada humildad de Epimeteo, esa humildad -expresión de lo posible o no humanamente- que, como la encarnación del Verbo lo mostró, es renuncia al poder y al dominio, y que puede expresarse en estos versos de Evgueni Evtouchenko, que el propio Ivan Illich cita:
“cada quien el mundo que le pertenece
y en ese mundo la maravilla de un minuto
y en ese mundo lo trágico de un minuto,
son los bienes que le pertenecen."


Frente a la manipulación genética, a los intentos desmedidos por controlar y trastocar los secretos de la naturaleza; frente a los sueños de las soluciones tecnológicas y de los derechos humanos que han abolido el tiempo y el espacio, el lugar y la percepción de los sentidos, el límite y la medida, el Niño de Belén dice lo contrario: el misterio de la Encarnación es la sacralización de los límites: Dios entró al mundo para mostrar que Dios salva en la aceptación de la pequeñez humana. Desde la cueva de Belén hasta la Cruz, ningún acto de desmesura caracteriza la vida ese niño cuyo nacimiento celebramos. A las tentaciones de usar su poder —en el desierto, en el Huerto de los Olivos y en la Cruz—, respondió siempre con la afirmación de su proporción humana.


La modernidad, sin embargo, ha roto con esa gran evidencia. Con ello ha vuelto difícil no sólo la percepción de la presencia de ese Niño en el aquí y en el hoy de nuestras vidas, sino su enseñanza salvífica. Hoy las esferas que cuelgan del árbol navideño de la posmodernidad son el elogio contrario de esa presencia salvadora. Sobre el pesebre donde el Niño duerme, la posmodernidad ha colocado el horror de la ausencia y ha diferido en el tiempo su advenimiento: no es, dice nuestra posmodernidad, en la proporción, en la mesura, en los límites que la encarnación de Dios nos muestra, donde Dios nos salva y nos abre al Reino, sino en el uso desmedido de nuestra inteligencia que al dominar la Creación y fundar todo en la satisfacción de los deseos creará la salvación para todos.


Basta con la fraternidad, con el gozo que trae la relación del mundo con nuestros sentidos, con la pobreza de la vida, con la alegría del invierno en la noche frente a un buen fuego y con nuestra finitud; basta confrontar esas pequeñas cosas que constituyen nuestra verdadera realidad con la desmesura, la prisa y las pesadillas del mundo moderno, para percibir a qué grado nuestro mundo niega la presencia salvífica del Niño de Belén y ha colocado en su lugar el horrible hueco de la angustia. Los que sentimos eso con dolor y, sin embargo, tratamos de vivir la encarnación sin amargura, ¿estamos atrasados o, en realidad, vamos más adelante y tendremos la fuerza de mantener su presencia?


Ante esa pregunta que se levanta perentoria, uno vuelve los ojos al Evangelio de San Juan: "Aquel que es el Verbo se hizo carne y habitó con nosotros lleno de amor y verdad." Si es verdad que nuestra salvación está en nuestra condición de hombres que como el Verbo hecho carne y contingencia se autolimitan para vivir en el orden de la amistad y de los límites que señala la realidad de un mundo encarnado, digo que "sí", sobre todo a causa de esa fuerza de la debilidad y de esa autodonación que conozco en algunos hombres que han hecho de la pobreza del Niño de Belén su existencia. Los hombres de los que hablo son hermanos de ese Niño. Saben que no existe una justicia y una salvación en la desmesura, que el mundo de hoy tiene los ojos vacíos de la Gorgona, y que es preciso rechazar sus pesadillas para sustituirlas, tanto como sea posible, por la única realidad real que tenemos: la alegría de ser hombres en un mundo con límites y proporciones. Es ahí donde el Niño de Belén, el Verbo encarnado, permanece como una evidencia. Que un solo hombre en el mundo lo viva basta para saber que su savia está intacta, a pesar de la noche y de la ausencia posmodernas.



Púrpura, historia de un color de poder humano y dignidad.

El color purpura en el mundo de hoy tiene connotaciones diversas.

El cantante Prince en su blues “Purple rain” invita a salir del desasosiego y la desilusión sumergiendo al objeto de su amor y deseo en una misteriosa lluvia púrpura, donde se ha tratado de descifrar su sentido, afirmando que el púrpura, mezcla del azul y rojo, es símbolo de la unión de lo masculino (azul) con lo femenino (rojo), como una invitación a integrar y potenciar las dimensiones ocultas de eso que cada uno tiene ya sea uno varón o mujer.

Pero también he oído a sacerdotes predicar que el morado o púrpura es símbolo de penitencia y luto.  O a otras personas incluso afirmar que es un color gay o femenino. Nada más lejano que eso. Una vez más la historia nos da una respuesta.

En la antigüedad mediterránea La púrpura de Tiro (del griego: πορφύρα, porphyra, latín: purpura), también conocida como púrpura real o púrpura imperial, era un colorante o tinte, cuyo tono es una mezcla entre rojo y azul, usado por los antiguos fenicios en la ciudad de Tiro. Se cree que ya se utilizaba en Creta hacia el año 1600 a.C. El tinte consiste en una mucosidad o secreción de la glándula hipobranquial de un caracol de mar llamado Murex brandaris.

Su descubrimiento lo atribuye la mitología al dios fenicio Heracles, el guardián de la ciudad de Tiro. Un día su perro mordió una concha de murex y de inmediato su boca se puso morada. Su compañera, la hermosa ninfa Tiro, declaró que solo se acostaría con el dios si vestía una prenda teñida del mismo color. Heracles no tuvo más remedio que acceder a ello y así nació el famoso tinte púrpura de Tiro.
El tinte y la tela que se elaboraba con él eran tan famosos que los griegos llamaban a las tierras de Tiro y Sidón (el actual Líbano) Phoinike, “la tierra de la púrpura” Fenicia.

Se necesitaban 250.000 ejemplares para producir una onza (algo más de 28 gramos) de tinte de púrpura de Tiro, motivo por el cual su producción era muy lenta y costosa. El método preferido era recoger grandes cantidades de estos moluscos y dejar que se descompusieran al sol (los autores clásicos dan fe del mal olor que desprendía). La producción y exportación de púrpura comenzó alrededor del 1200 a.C., alimentada por la expansión fenicia en el Mediterráneo. En el siglo III a.C., la púrpura de Tiro era más valiosa que el oro: solamente un kilo costaba tres veces el salario anual de un panadero romano.

Aunque los griegos fueron los clientes originales, fueron los romanos quienes se convirtieron en fanáticos del color púrpura y luego los eclesiásticos. Les gustaba el tono oscuro, logrado mediante el uso de tintes a partir de dos especies de murex. Plinio el Viejo lo describe como el “color de la sangre coagulada” y escribió de ella que “ilumina cada prenda, y comparte con el oro la gloria del triunfo”. Los generales vestían en los triunfos túnicas de púrpura y oro, mientras que los senadores y cónsules llevaban bandas de color púrpura en los bordes de sus togas.
En la Roma imperial, el uso de la púrpura estaba aún mucho más regulado: en el siglo IV de nuestra era, solo al emperador se le permitía vestir la mejor púrpura. La exclusividad del color y su conexión con el poder es la razón de que  hayan sido tradicionalmente de este color las prendas de reyes y obispos.

La milenaria receta de la púrpura de Tiro se perdió en occidente en 1453, cuando el Imperio Otomano conquistó Constantinopla.

Es entonces que surge la grana cochinilla, un tinte animal de uso común en el mundo indígena prehispánico. El uso de la cochinilla en murales y en pinturas sobre papel amate se utilizaba en Mesoamérica desde el Preclásico Tardío (100 a.C.-100 d.C.), y sobre todo en el Período Clásico (250-900) y en el Postclásico (900-1521). Donde se vuelve el color de lo sagrado, de la vida entregada por su vinculación con la sangre y la vida.

La cochinilla (Dactylopius Coccus) es un insecto hemíptero parásito de las pencas de los nopales. Se le conoce con varios nombres: nocheztli, “sangre del nopal”, cochinilla del carmín, y grana cochinilla. Los informantes de Fray Bernardino de Sahagún mencionaban que su color era rojo oscuro, cual la sangre cuajada. Para obtener el tinte, los antiguos mexicanos hervían la grana con hojas de tezhoatl (Conostegia Xalapensis), alumbre y caparrosa (sulfatos de hierro, cobre o zinc). Con la mezcla que se obtenía se formaban pastillas que se llamaban nocheztlaxcalli, es decir, “tortillas de nocheztli”. La grana no solamente servía para teñir, empleada en emplastos curaba las heridas, líquida servía para aliviar las enfermedades del corazón, el estómago, la cabeza, y aun para limpiar los dientes. Los mexicas teñían con cochinilla plumas, muchos objetos de uso cotidiano, y las mujeres la usaban como cosmético.

Por otra parte, el color de la cochinilla tenía valor cosmológico ya que uno de los puntos cardinales del universo mexica era de dicho color; simbolizaba los rayos del Sol, la sangre, el fuego, la divinidad, y el poder. Así pues, el Este era el Lugar del Paraíso del Sol que habitaba los guerreros muertos y su color era el rojo; por ende, rojo era el color de Tonatiuh, como lo era también del Tlalocan, el reino de Tláloc, dios de la lluvia y del agua.

La cochinilla fue tan valiosa para los mexicas que formaba parte importante de los tributos entregados a los tlatoanis por parte de los pueblos sojuzgado bajo su dominio. Fray Bernardino de Sahagún constata en su obra Historia general de las cosas de la Nueva España que:

“Al color con que se tiñe la grana llaman nocheztli, quiere decir, sangre de tunas, porque en cierto género de tunas se crían unos gusanos que se llaman cochinillas, apegados a las hojas, y aquellos gusanos tienen una sangre muy colorada, ésta es la grana fina que es conocida en esta tierra… A la grana que ya está purificada y hecha en panecitos, llaman grana recia o fina, véndenla en los tiánquez hecha en panes, para que la compren los pintores y tintoreros. Hay otra manera de grana baja o mezclada, que llaman tlapanextli, quiere decir grana cenicienta, y es porque la mezclan con greda o con harina; también hay una grana falsa que también se cría en las hojas de la tuna, o ixquimiluhqui, que daña a las cochinillas de la buena grana y seca las hojas de la tunas donde se pone; también ésta la cogen para venderla, lo cual es grande engaño.”

En el Códice Mendocino, elaborado entre 1511 y 1541, en la Matrícula de Tributos da constancia de las trescientos noventa y cuatro poblaciones que pagaban tributo a la Triple Alianza formada por los señoríos de Tenochtitlan, Tlacopan y Texcoco. Así pues es sabido que el emperador Moctezuma recibía costales de cochinilla como tributo de los pueblos de la Alta Mixteca.

Sobre el origen de los cultivos de la cochinilla hay varias versiones. Según Francisco Javier Clavijero (1731-1787), el cultivo de la grana cochinilla se empezó durante el siglo X d.C. entre los toltecas. Algunos investigadores sostienen que provenía de la Región Mixteca, en Oaxaca; otros, afirman que el origen de los cultivos se inició en Oaxaca, Guerrero, y Puebla, pues de estos sitios llegaba la mayor producción de grana.

Durante la época novohispana, el uso de la cochinilla se incrementó con la llegada del ganado bovino, ya que resultaba invaluable para teñir la lana en la que se fijaba el tinte de manera excelente, mucho más que en el algodón o en las fibras de agave o yucas. Los españoles empezaron a exportarla a Europa con mucho éxito, y la grana mexicana llegó a Rusia y aun hasta Persia e India. La Nao de China salía del Puerto de Acapulco cargada de grana cochinilla hasta los mercados de Oriente y, junto con el oro y la plata, fue unos de los productos que más se exportaron de la Nueva España por casi todo el mundo. Sahagún constata:

“Esta grana es conocida en esta tierra y fuera de ella; llega hasta la China y hasta Turquía casi por todo el mundo es preciada y tenida por mucho. A la grana que ya está purificada y hecha en panecitos, llaman grana recia, o fina; véndenla en los tianguis, hecha en panes, para que la compren los pintores y tintoreros.”

De la gran aceptación que tenía la cochinilla en España nos dice Gonzalo Gómez de Cervantes:

“…la grana cochinilla, es un género que casi iguala a la plata, la cual se saca de estos reinos para los de Castilla; y solía que en cada flota se sacaban diez y doce mil arrobas de la dicha grana y esto mediante el mucho cuidado que solían tener los Virreyes, y de pocos años a esta parte se han descuidado; y como los indios que la crían y benefician son flojos y haraganes, ha venido en tanta disminución, que ya no se coge la mitad de lo que se solía coger, de cuya causa ha subido tanto el precio, que vale el doble más de lo que valía… En algunos pueblos de esta Nueva España se cría la grana cochinilla como son: en provincia de Tlaxcala y en la de Guaxozingo, Calpuchulula, Tepeaca, Tapamachalco y en lugares de la Mixteca y otros de la provincia de Oaxaca.”

En la disputa del siglo XVIII con naturalistas como Buffon que afirmaba que en los territorios del Nuevo Mundo los animales eran pequeños y débiles, Clavijero contesto ingeniosamente: “Puede que sean pequeños los animales de estas tierras, pero con uno minúsculo como la grana cochinilla los mexicanos pintamos el mundo entero”.


Así pues el color púrpura y el rojo grana, son símbolos el primero de luz, de gloria y dignidad como afirmaba Plinio el viejo.  Es decir vestir de púrpura es un llamado a la dignidad humana, por eso los tiempos de preparación cristiana se visten de púrpura, invitando a los fieles a crecer en dignidad en su condición de vida.  Y el rojo mexicano es símbolo de vida entregada, la máxima dignidad a la que aspira un ser humano. Lejos de ser colores de duelo, luto o pesar.