Se hizo el silencio
Luis Arturo García Dávalos
En una sociedad adultocéntrica, es decir aquella donde los adultos están acostumbrados a definir, decidir y opinar sobre el sentido y destino de la vida de los demás sin tomar en cuenta al que consideran menor ya sea de edad, social o cultural, se generan formas de comunicación indirecta, de reserva o de control de información, bajo la premisa de que “tú no estas capacitado/a para esto”, “esto no lo entiendes”, “son temas para grandes”, “son cosas que no te importan o no te incumben”. Y así se generan unas codependencias relacionales y afectivas que son enfermizas, no ayudan al crecimiento del otro, generan baja autoestima e inseguridad ante la vida.
Además si sumamos a lo anterior, el
patriarcalismo, es decir donde el eje del grupo familiar, laboral, y social es el
varón o su derivado por ausencia la madre, tenemos un paquete que incluso sacralizamos
en la figura del jefe, presidente, papa o mamá como “ser de luz”, cuando lo
único que provocan es que nos electrocutemos psicológica y sentimentalmente como
personas, empresa y nación.
En mi experiencia personal estas
formas de violencia las he vivido y padecido, ha sido un largo proceso de
comprensión, asumirlo y ver también cómo en el ejercicio del poder y la
autoridad lo he introyectado, ejercido y ver cómo he lastimado a muchas y muchos.
Si revisamos las escalas de
violencia que marca 25 niveles, encuentro que la violencia que he ejercido y
han ejercido en mí se ubica en los primeros
ocho niveles. Los presento con ejemplos vividos por mí.
1 Bromas hirientes: El primer nivel, que consiste en chistes sobre
la persona donde yo he resentido expresiones como voz de niña, cuco, nerd, cerebrito,
gordito, cuatro ojos, o en mis hermanos expresiones como negro, bruja, cabezón
y cosas que hacían reír a los demás, pero al que la sufría lo hacia reír de
amarillo y lo peor era que era festejado por el entorno familiar sin saber cuánto
daño hicieron.
2 Chantajear: Una forma muy
hecha sobre todo en los ambientes femeninos familiares: “no me visitas”, “no me
vas a dar cariño”, “ya no me quieres”. “yo que me desgasté por ti y así me
correspondes”, “con esto que haces parece que me echas en cara mi esfuerzo” y
otras formas de violencia de ese tipo. La figura dominante se vuelve
controlante de personas, tiempos y actividades.
Quiere tener a todos en torno a ella o él para no sentirse abandonada o
que pierde poder. Se finje enferma, pero apenas salen los familiares anda como
si nada.
3 Mentir / Engañar: Aquí
hay todo un mundo de actitudes. Las que yo señalo son: “no le digas a nadie
pero…”, “yo no dije nada, ¿Cuándo?”, “es bien sabido que”, “yooo cuando lo dije”,
“ya fui”, “yo no fui”, “que nadie lo sepa o te mueres”, “te lo cuento pero no
le digas a nadie”. Incluye moverse subrepticiamente haciendo cosas evitando que
se enteren los demás por la inseguridad ante una posible crítica como salió de
viaje pero nadie sabe donde anda, se operó o tiene problemas de salud y ni te
enteras, es decir violenta a las y los demás con su estilo de vida misterioso.
4 Ignorar: Esta es la
reina de las formas de violencia familiar, pasa por expresiones como “no estoy
para nadie”; tengo cuatro teléfonos y no contesto ninguno; no te hablo porque
estoy cansado/a; dejo en visto los
mensajes de redes sociales; te bloqueo de mis redes; dejo sonar el teléfono sin
contestar, en pocas palabras es el dejar de comunicarse y hablar. Esta forma es muy violenta porque a la víctima
le genera un nivel de ansiedad por no
saber si la otra persona está bien, mal, enojada, enferma, es una escala de expectativas
que es muy desgastante. Genera
gastritis, dolores de cabeza, insomnio y en casos más agudos depresión y
ataques de ansiedad. Las víctimas de esta forma de violencia son adictos al
omeprazol, ansiolíticos, tranquilizantes, analgésicos y un largo etc. de medicinas.
5 Celar. Esta en mi experiencia
es menos común, pero cuando se da es con expresions de “tu mi consentido/a”. “a
ella la quiero más que a ti”, “claro tu hijo el consentido”. “Yo solo confio en
fulanito en los otros tres nada”; “aquí todos me ignoran”.
6 Culpabilizar. Aquí caen expresiones. “estoy enojada/o porque tu mismo provocaste
esto”. Esto no lo viví mucho.
7 Descalificar. Esta violencia no se dio en mi casa, pero era
muy común en el ambiente sacerdotal y religioso. “es brillante, inteligente y
muy capaz, pero ese no es su problema” y zas la descalificación. No confíes en
el o ella porque es metiche, chismoso, encimoso. Es un genio, pero es un sociópata.
8 Ridiculizar / Ofender. Es un p…,
con todas las letras que quieras complementarlo.
Estos ocho demonios de la violencia familiar que quisiera
llamarlos así, inspirándome en los padres del desierto, porque cuando somos
poseídos por ellos no son entes autónomos con cuernos ni trinches, ni huelen a
azufre. Un demonio en la antigüedad es una fuerza espiritual. Y si revisamos
estos, muchas veces los utilizamos para protegernos de los demás o cuando
sentimos baja autoestima.
Los padres del desierto decían que había que dominarlos,
pues son fuerzas geniales, que bien orientadas nos pueden ayudar a construir
relaciones que nutran al grupo social. Pero el primer paso para exorcizarlos o
dominarlos es que les pongamos nombre.
Nosotros hemos nombrado ocho, pero pueden ser más. El problema es que pocas veces nos gusta
nombrarlos y preferimos vivir con ellos y acostumbrarnos a decir tonterías como
“así soy yo”, “soy de carácter fuerte”, y otras formas de autoengaño.
Y en un exigente examen hay que decir: soy hiriente con mis
burlas y chistes; acostumbro chantajear a los demás par conseguir lo que quiero
y me cuesta perder el control; miento e invento porque me cuesta ser
confrontado ; soy un dragón de hielo con mi indiferencia protectora de mi
fragilidad y me siento seguro en mi silencio y bloqueo; soy una perversa/o que
me encanta celar para no perder el control afectivo y me siento seguro sin
comunicar a nadie mis planes que son para mi solito/a; soy un irresponsable que
no asumo mis errores y me victimizo y culpabilizo a mi mamá, papá, jefes y reparto
culpas como mierda por la vida; siento que valgo tan poco que me vivo buscando
los defectos de las y los demás para saber que soy mejor y no le reconozco a
nadie ningún logro; soy maestro de la ironía y de la burla de los defectos y
fragilidad de los demás para no sentirme mal.
Duele hacer lo anterior y duele que te lo hagan ver, pero es
el primer paso. El siguiente, después de hacer esto es darse cuenta de qué
tan arraigadas están esas formas en nosotros/as y dar pasos para superar esta y
otras formas de violencia. Y si es muy
arraigada, pedir ayuda, no pasa nada.
En fin escribo esto porque en estos días que he tenido más
contacto con la familia me han saltado estas reflexiones que dedico con cariño
a mis hermanos, primos, tías y familiares, que a veces cuando hemos sido
víctimas de la violencia nos distanciamos hasta la ruptura, el alejamiento, el
saludo forzada, el dejarnos en visto, que no ayudan en nada y si destruyen en
mucho.