miércoles, 12 de enero de 2022

Violencias demoniacas: se hizo el silencio

 

Se hizo el silencio


Luis Arturo García Dávalos


En una sociedad adultocéntrica, es decir aquella donde los adultos están acostumbrados a definir, decidir y opinar sobre el sentido y destino de la vida de los demás sin tomar en cuenta al que consideran menor ya sea de edad, social o cultural, se generan formas de comunicación indirecta, de reserva o de control de información, bajo la premisa de que “tú no estas capacitado/a para esto”, “esto no lo entiendes”, “son temas para grandes”, “son cosas que no te importan o no te incumben”. Y así se generan unas codependencias relacionales y afectivas que son enfermizas, no ayudan al crecimiento del otro, generan baja autoestima e inseguridad ante la vida.

Además si sumamos a lo anterior, el patriarcalismo, es decir donde el eje del grupo familiar, laboral, y social es el varón o su derivado por ausencia la madre, tenemos un paquete que incluso sacralizamos en la figura del jefe, presidente, papa o mamá como “ser de luz”, cuando lo único que provocan es que nos electrocutemos psicológica y sentimentalmente como personas, empresa y nación.

En mi experiencia personal estas formas de violencia las he vivido y padecido, ha sido un largo proceso de comprensión, asumirlo y ver también cómo en el ejercicio del poder y la autoridad lo he introyectado, ejercido y ver cómo he lastimado a muchas y muchos.

Si revisamos las escalas de violencia que marca 25 niveles, encuentro que la violencia que he ejercido y han ejercido en mí se ubica en  los primeros ocho niveles. Los presento con ejemplos vividos por mí.

1 Bromas hirientes:  El primer nivel, que consiste en chistes sobre la persona donde yo he resentido expresiones como voz de niña, cuco, nerd, cerebrito, gordito, cuatro ojos, o en mis hermanos expresiones como negro, bruja, cabezón y cosas que hacían reír a los demás, pero al que la sufría lo hacia reír de amarillo y lo peor era que era festejado por el entorno familiar sin saber cuánto daño hicieron.

2 Chantajear: Una forma muy hecha sobre todo en los ambientes femeninos familiares: “no me visitas”, “no me vas a dar cariño”, “ya no me quieres”. “yo que me desgasté por ti y así me correspondes”, “con esto que haces parece que me echas en cara mi esfuerzo” y otras formas de violencia de ese tipo. La figura dominante se vuelve controlante de personas, tiempos y actividades.  Quiere tener a todos en torno a ella o él para no sentirse abandonada o que pierde poder. Se finje enferma, pero apenas salen los familiares anda como si nada.

3 Mentir / Engañar: Aquí hay todo un mundo de actitudes. Las que yo señalo son: “no le digas a nadie pero…”, “yo no dije nada, ¿Cuándo?”, “es bien sabido que”, “yooo cuando lo dije”, “ya fui”, “yo no fui”, “que nadie lo sepa o te mueres”, “te lo cuento pero no le digas a nadie”. Incluye moverse subrepticiamente haciendo cosas evitando que se enteren los demás por la inseguridad ante una posible crítica como salió de viaje pero nadie sabe donde anda, se operó o tiene problemas de salud y ni te enteras, es decir violenta a las y los demás con su estilo de vida misterioso.

4 Ignorar: Esta es la reina de las formas de violencia familiar, pasa por expresiones como “no estoy para nadie”; tengo cuatro teléfonos y no contesto ninguno; no te hablo porque estoy cansado/a;  dejo en visto los mensajes de redes sociales; te bloqueo de mis redes; dejo sonar el teléfono sin contestar, en pocas palabras es el dejar de comunicarse y hablar.  Esta forma es muy violenta porque a la víctima le  genera un nivel de ansiedad por no saber si la otra persona está bien, mal, enojada, enferma, es una escala de expectativas que es muy desgastante.  Genera gastritis, dolores de cabeza, insomnio y en casos más agudos depresión y ataques de ansiedad. Las víctimas de esta forma de violencia son adictos al omeprazol, ansiolíticos, tranquilizantes, analgésicos y un largo etc.  de medicinas.

5 Celar. Esta en mi experiencia es menos común, pero cuando se da es con expresions de “tu mi consentido/a”. “a ella la quiero más que a ti”, “claro tu hijo el consentido”. “Yo solo confio en fulanito en los otros tres nada”; “aquí todos me ignoran”.

6 Culpabilizar. Aquí caen expresiones.  “estoy enojada/o porque tu mismo provocaste esto”. Esto no lo viví mucho.

7 Descalificar.  Esta violencia no se dio en mi casa, pero era muy común en el ambiente sacerdotal y religioso. “es brillante, inteligente y muy capaz, pero ese no es su problema” y zas la descalificación. No confíes en el o ella porque es metiche, chismoso, encimoso. Es un genio, pero es un sociópata.

8 Ridiculizar / Ofender. Es un p…, con todas las letras que quieras complementarlo. 

Estos ocho demonios de la violencia familiar que quisiera llamarlos así, inspirándome en los padres del desierto, porque cuando somos poseídos por ellos no son entes autónomos con cuernos ni trinches, ni huelen a azufre. Un demonio en la antigüedad es una fuerza espiritual. Y si revisamos estos, muchas veces los utilizamos para protegernos de los demás o cuando sentimos baja autoestima.

Los padres del desierto decían que había que dominarlos, pues son fuerzas geniales, que bien orientadas nos pueden ayudar a construir relaciones que nutran al grupo social. Pero el primer paso para exorcizarlos o dominarlos es que les pongamos nombre.  Nosotros hemos nombrado ocho, pero pueden ser más.  El problema es que pocas veces nos gusta nombrarlos y preferimos vivir con ellos y acostumbrarnos a decir tonterías como “así soy yo”, “soy de carácter fuerte”, y otras formas de autoengaño. 

Y en un exigente examen hay que decir: soy hiriente con mis burlas y chistes; acostumbro chantajear a los demás par conseguir lo que quiero y me cuesta perder el control; miento e invento porque me cuesta ser confrontado ; soy un dragón de hielo con mi indiferencia protectora de mi fragilidad y me siento seguro en mi silencio y bloqueo; soy una perversa/o que me encanta celar para no perder el control afectivo y me siento seguro sin comunicar a nadie mis planes que son para mi solito/a; soy un irresponsable que no asumo mis errores y me victimizo y culpabilizo a mi mamá, papá, jefes y reparto culpas como mierda por la vida; siento que valgo tan poco que me vivo buscando los defectos de las y los demás para saber que soy mejor y no le reconozco a nadie ningún logro; soy maestro de la ironía y de la burla de los defectos y fragilidad de los demás para no sentirme mal.

Duele hacer lo anterior y duele que te lo hagan ver, pero es el primer paso.  El siguiente,  después de hacer esto es darse cuenta de qué tan arraigadas están esas formas en nosotros/as y dar pasos para superar esta y otras formas de violencia.  Y si es muy arraigada, pedir ayuda, no pasa nada.

En fin escribo esto porque en estos días que he tenido más contacto con la familia me han saltado estas reflexiones que dedico con cariño a mis hermanos, primos, tías y familiares, que a veces cuando hemos sido víctimas de la violencia nos distanciamos hasta la ruptura, el alejamiento, el saludo forzada, el dejarnos en visto, que no ayudan en nada y si destruyen en mucho.



domingo, 2 de enero de 2022

Umbrio por la pena que cuando estalla mancha todo


cree estar preparado y que enfrentarla en varias ocasiones le da serenidad.  Eso es totalmente falso. Cuando te toca la pérdida de un ser querido la sensación de abandono y orfandad es terrible y más cuando es la de tu padre o tu madre.
Mi padre se fue apenas terminando la Navidad de 2021 a las 3 de la mañana del domingo 26.  Fueron casi 94 años de vida y caminar, dos matrimonios, cuatro hijos, cinco nietos y un sinfín de amigos y pacientes que ayudó, pues fue un buen pediatra. La medicina fue su vocación y la curiosidad permanente por las cosas. Tuvo sus defectos, pero hoy con su ausencia, cosa que creo hará el mismo Dios, eso se ve totalmente secundario. Lo extraño y como pasan los días eso es cada vez más. La pena es tan grande que como dice Miguel Hernández cuando estalla “mancha todo”.  Y en estas recordamos a Serrat, pues surgen las pequeñas cosas que nos evocan los recuerdos y como dice:

Uno se cree
Que las mató el tiempo
Y la ausencia
Pero su tren
Vendió boleto
De ida y vuelta
Son aquellas pequeñas cosas
Que nos dejó un tiempo de rosas
En un rincón
En un papel
O en un cajón
Como un ladrón
Te acechan detrás de la puerta
Te tienen tan
A su merced
Como hojas muertas
Que el viento arrastra allá o aquí
Que te sonríen tristes y
Nos hacen que
Lloremos cuando
Nadie nos ve

Pero permítanme glosar a otro poeta. A mi Jaime Sabines, el de lo cotidiano.  Ante la muerte de su padre ecribia estas letras que recorto y adapto a mi realidad con su permiso y libertad:

I

Déjame reposar,
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo.
La Navidad más terrible, la más aciaga.
Convalecemos de la angustia apenas
y estamos débiles, asustadizos,
despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño
para verte en la noche y saber que respiras.
Necesitamos despertar para estar más despiertos
en esta pesadilla llena de gentes y de ruidos.

Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas,
por eso es que este hachazo nos sacude.
Nunca frente a tu muerte nos paramos
a pensar en la muerte,
ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la
alegría.
No lo sabemos bien, pero de pronto llega
un incesante aviso,
una escapada espada de la boca de Dios
que cae y cae y cae lentamente.
Y he aquí que temblamos de miedo,
que nos ahoga el llanto contenido,
que nos aprieta la garganta el miedo.

Nos echamos a andar y no paramos
de andar jamás, después de medianoche,
en ese pasillo del hospital frío y silencioso
donde hay una enfermera despierta de ángel.
Esperar que murieras era morir despacio,
estar goteando del tubo de la muerte,
morir poco, a pedazos.

No ha habido hora más larga que cuando no
dormías,
ni túnel más espeso de horror y de miseria
que el que llenaban tus lamentos,
tu pobre cuerpo herido.

II
Vamos a hablar del Príncipe Diabetes,
Señor del Pancreas, Varón de los intestinos,
que se divierte arrojando dardos
a los ojos, a los riñones mustios,
a los pies multitudinarios.

Mi padre tiene su sistema digestivo deshaciendo,
Y yo mando a volar a todos los soles del mundo.
El Señor Diabetes, El Señor Imbecil con su corona de Coca Cola,
es sólo un instrumento en las manos obscuras
de los dulces personajes que hacen la vida.

En las cuatro gavetas del archivero de madera
guardo los nombres queridos,
la ropa de los fantasmas familiares,
las palabras que rondan
y mis pieles sucesivas.

También están los rostros de algunas mujeres
los ojos amados y solos.
Y de las gavetas salen sus hijos, sus adoradas nietas y nieto.
¡Bien haya la sombra del árbol de tantos que sembraste
llegando a la tierra,
porque es la luz que llega!

III
De las ocho de la noche en adelante,
Después de pelear con imbéciles médicos 
Que prometen supervivencia y no calidad de vida
Mientras se frotan las manos para completar 
Sus frivolos gastos vitales,
viendo televisión y conversando
estoy esperando la muerte de mi padre.
Desde hace unas horas , esperando.
en su dolor tan lleno y derramado,
su no dormir, su queja y su protesta,
en el tanque de oxígeno y las muelas
del día que amanece, buscando la esperanza.
Llevame a casa, allá me curo, me pedía, me suplicaba
Y tenía razón era la casa grande donde se curaría,
La de sus padres, hermanos y esposa que lo esperaban ya
Con ansias.

Mirando su cadáver en los huesos
que es ahora mi padre,
e introduciendo agujas en las escasas venas,
tratando de meterle la vida, de soplarle
en la boca el aire...

(Me avergüenzo de mí hasta los pelos
por tratar de escribir estas cosas.
¡Maldito el que crea que esto es un poema!)

Quiero decir que no soy enfermero,
padrote de la muerte,
orador de panteones, alcahuete,
pinche de Dios, sacerdote de penas.,,

IV
Somos polvo de estrellas
Y eso eres tu ahora.
Madre generosa
de todos los muertos,
madre tierra, madre,
brazos de intemperie,
regazo del viento,
nido de la noche,
madre de la muerte,
recógelo, abrígalo,
desnúdalo, tómalo,
guárdalo, acábalo.
Hazlo polvo de estrellas

V
No podrás morir.
Ni hecho polvo
no podrás morir.
Sin agua y sin aire
no podrás morir.
Sin azúcar, sin leche,
sin frijoles, sin carne,
sin harina, sin higos,
no podrás morir.
Sin mujer y sin hijos
Nietas y nietos
no podrás morir.
Debajo de la vida
no podrás morir.
En tu tanque de cenizas
no podrás morir.
En tu urna
no podrás morir.
En tus venas sin sangre
no podrás morir.
En tu pecho vacío
no podrás morir.
En tu boca sin fuego
no podrás morir.
En tus ojos sin nadie
no podrás morir.
En tu carne sin llanto
no podrás morir.
No podrás morir.
No podrás morir.
No podrás morir.
Incineramos tu traje,
la maldita enfermedad y
no podrás morir.
Tu silencio enterramos.
Tu cuerpo con candados.
Tus canas finas,
tu dolor clausurado.
No podrás morir.

VI
Te fuiste no sé a dónde.
Te espera tu cuarto.
Mi mamá Esther
te estamos esperando.
Nos han dado abrazos
de condolencia, y recibimos
llamadas, mensajes, noticias
de que te fuiste,
pero tu nieta desde Canadá
te busca,
y todos, sin decirlo,
te estamos esperando.

VII
Es un mal sueño largo,
una tonta película de espanto,
un túnel que no acaba
lleno de piedras y de charcos.
¡Qué tiempo éste, maldito,
que revuelve las horas y los años,
el sueño y la conciencia,
el ojo abierto y el morir despacio!

VIII
Recién parido en el lecho de la muerte,
criatura de la paz, inmóvil, tierno,
recién niño del sol de rostro negro,
arrullado en la cuna del silencio,
mamando obscuridad, boca vacía,
ojo apagado, corazón desierto.

Pulmón sin aire, niño mío, viejo,
cielo enterrado y manantial aéreo
voy a volverme un llanto subterráneo
para echarte mis ojos en tu pecho.

IX
Morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar el aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto.

Morir es olvidar, ser olvidado,
refugiarse desnudo en el discreto
calor de Dios, y en su cerrado
puño, crecer igual que un feto.

Morir es encenderse bocabajo
hacia el humo y el hueso y la caliza
y hacerse tierra y tierra con trabajo.

Apagarse es morir, lento y aprisa
tomar la eternidad como a destajo
y repartir el alma en la ceniza.

X
Padre mío, señor mío, hermano mío,
amigo de mi alma, tierno y fuerte,
saca tu cuerpo viejo, viejo mío,
saca tu cuerpo de la muerte.

Saca tu corazón igual que un río,
tu frente limpia en que aprendí a quererte,
tu brazo como un árbol en el frío
saca todo tu cuerpo de la muerte.

Amo tus canas, tu mentón austero,
tu boca firme y tu mirada abierta,
tu pecho vasto y sólido y certero.

Estoy llamando, tirándote la puerta.
Parece que yo soy el que me muero:
¡padre mío, despierta!

XI
No se ha roto ese vaso en que bebiste,
ni la taza, ni el tubo, ni tu plato.
Ni se quemó la cama en que moriste,
ni sacrificamos un gato.

Te sobrevive todo. Todo existe
a pesar de tu muerte y de mi flato.
Parece que la vida nos embiste
igual que la diabetes en tu estómago.

Te incineraron, te lloramos, te morimos,
te estás bien muerto y bien fregado y yermo
mientras pensamos en lo que no hicimos

y queremos tenerte aunque sea enfermo.
Nada de lo que fuiste, fuiste y fuimos
a no ser habitantes de tu infierno.

XII
Papá por sesenta o por cincuenta años,
amigo de mi vida todo el tiempo,
protector de mi miedo, brazo mío,
palabra clara, corazón resuelto,

te has muerto cuando menos falta hacías,
cuando más falta me haces, padre, abuelo,
hijo y hermano mío, esponja de mi sangre,
pañuelo de mis ojos, almohada de mi sueño.

Te has muerto y me has matado un poco.
Porque no estás, ya no estaremos nunca
completos, en un sitio, de algún modo.

Algo le falta al mundo, y tú te has puesto
a empobrecerlo más, y a hacer a solas
tus gentes tristes y tu Dios contento.

XIII
¿Será posible que abras los ojos y nos veas
ahora?
¿Podrás oírnos?
¿Podrás sacar tus manos un momento?

Estamos a tu lado. Es nuestra fiesta,
tu cumpleaños, viejo.
Tu mujer y tus hijos,  y tus nietos
venimos a abrazarte, todos, viejo.
¡Tienes que estar oyendo!
No vayas a llorar como nosotros
porque tu muerte no es sino un pretexto
para llorar por todos,
por los que están viviendo.
Una pared caída nos separa,
sólo el cuerpo de Dios, sólo su cuerpo.

XIV
Me acostumbré a guardarte, a llevarte lo mismo
que lleva uno su brazo, su cuerpo, su cabeza.
No eras distinto a mí, ni eras lo mismo.
Eras, cuando estoy triste, mi tristeza.

Eras, cuando caía, eras mi abismo,
cuando me levantaba, mi fortaleza.
Eras brisa y sudor y cataclismo,
y eras el pan caliente sobre la mesa.

Amputado de ti, a medias hecho
hombre o sombra de ti, sólo tu hijo,
desmantelada el alma, abierto el pecho,

Ofrezco a tu dolor un crucifijo:
te doy un palo, una piedra, un helecho,
mis días, y me aflijo.