En la cultura mediática que vivimos y sobre todo, hasta donde sé, desde Wagner. la música se ha vuelto en un elemento fundamental que se vincula a experiencias, sentimientos, personas de la vida, no es que antes no sucediera, pero hoy eso es vivido con más intensidad. En el cine se le llama banda sonora a la música incidental que acompaña una secuencia y que trata de darle fuerza al mensaje que se quiere transmitir. Así hay música para el suspenso, la alegría, la exaltación y un largo etcétera.
Soy un amante de la
música, y varias veces he hecho este ejercicio: ¿Cómo musicalizaría ese momento
que viví? ¿Cuáles piezas estarían en la banda sonora de mi vida? No pretendo
abrumarlos, pero si quisiera compartir dos momentos.
Mi madre, María Esther, que murió en 1990, desde muy joven amaba el concierto para violín y orquesta de Tchaikovsy, opus 35, el cual le gustaba poner mientras hacía sus actividades domésticas. Siendo soltera, me decía que sus hermanas y mi abuelo le decían: “ya quita esas tripas de gato y chillidos”. Como fui creciendo, oír las escalas de ese concierto me evocaban a mi madre. Cuando le detectan cáncer y los dolores eran tan intensos, tuve una idea, obvio el disco de 33 rpm en vinil estaba muy maltratado, pero conseguí en la librería Gandhi una versión en CD y en mi grabadora se lo ponía, y eso la relajaba, cuando ya ni la morfina calmaba su dolor. Cuando se terminaba me decía: “vuelve a ponerlo”. Así que hoy cada que se programa el concierto me gusta repetir la experiencia, evocando mis memorias maternas, de tal modo que para mi, este concierto es un sacramento de mi madre.
En la otra parte, mi
padre Luis, me legó dos cosas: los placeres por la historia y por la
música de concierto. Desde muy pequeño
nos llevaba a mi y a mi hermana al palacio de Bellas Artes a escuchar a los Solistas de
Zagreb, al arpista Nicanor Zabaleta o Narciso Yepes.
Cuando tuvimos la oportunidad de ir a ver a Narciso Yepes, mi papá me regaló después un disco donde tocaba el concierto de Aranjuez y la Fantasía para un gentil hombre, de la casa discográfica Deutche Gramaphone. Personalmente el concierto de Aranjuez era algo muy ordinario y con poca fuerza para llamar mi atención pues evocaba en mí más los comerciales de muebles de los Hermanos Vázquez y sus locutores promoviendo colchones y salas, o algunas versiones pop del Adagio como las insufribles para mi de Il Divo con "Aranjuez mon amour“.
Este
pasado 9 de julio después de 29 meses de no poder venir por la sindemia del
COVID 19, inició la temporada de verano de la Sinfónica de Minería. El programa
se titulaba "Odisea Fantástica“, y el solista era un gran
guitarrista español, Pablo Sainz Villegas.
Venía nervioso porque en el camino y en el lugar, evocaba con nostalgia a antiguos
amigos, maestros y momentos de mis tiempos del doctorado en la UNAM. El programa con buena parte de música
española no me entusiasmaba mucho. Personalmente tengo algo no solucionado con
tres religiosos españoles un tanto de patanes, ignorantes y pretenciosos, que me
son entrañablemente aborrecibles y que provocaban en mí una hispanofobia
visceral, aunque intelectualmente como historiador valoro las raíces culturales
de esa parte.
El
maestro Carlos Miguel Prieto comenzó diciendo que volver a la sala
Nezahualcóyotl al inaugurar la temporada era motivo de gran festejo y alegría,
pero al mismo tiempo de evocación y nostalgia por los que ya no estuvieron para
este inicio. Coincidí con él, pues reflejaba lo que sentía. La primera parte
interpretaron "Iberia“ de Debussy, que me provocó somnolencia. Pero se presenta el solista Pablo Sainz
Villegas y toma el micrófono y ahí comenzó la epifanía.
Más
o menos dijo que el Concierto de Aranjuez es uno de los elementos identitarios
de la cultura española. Compuesto en un contexto de guerra (la Civil
Española y la Segunda Mundial), el concierto d es, como toda la
música, un punto de encuentro con un mensaje: humanizar y recordar a quien lo
escucha que siempre hay algo más allá del dolor.
Joaquín Rodrigo lo escribió en
1939, en el exilio en París, con la incertidumbre de lo que sería España y al
perder a su hijo. Lo que musicalmente
describe lo hace un autor ciego, pues lo era desde los 5 años a causa de la
difteria. Todo lo hace a partir de las sensuales,
diría sensitivas descripciones que le hace su esposa Victoria Kamhi, nacida en
Estambul.
El primer movimiento es un Alegro
con Spirito, que es un homenaje al cante flamenco. Inicia con un rítmico zapateado y dice el
maestro Sainz que este es una expresión de fuerza y destreza, es un homenaje a
la tierra, al ritmo, a la herencia, a la historia, a la influencia árabe,
hispana, africana y a nuestras raíces por supuesto, que se mantienen vivas a
través del mestizaje de su gente y nuestra cultura. Con fuerza nos plantamos en
la vida y la historia zapateando.
Luego dijo que el tercer movimiento
Alegro Gentile, está inspirado en el palacio real de Aranjuez y sus jardines, construidos en el estilo del "buen gusto", mal llamado neoclásico, renacentista o rococó, donde se evoca la ligereza, el aire, el salto, presente también en la danza que
busca elevarse con movimientos ligeros. Y que expresa ese deseo del ser humano
por trascender. Quien me viera vería que
hasta aquí tenía la boca abierta de asombro.
Finalmente, al hablar sobre el famoso adagio, dijo el maestro Pablo que en el cante flamenco, cuando entra el cantaor, se para el zapateo y la danza, para escuchar en silencio el gozo, la tristeza, el dolor profundo de lo humano. Y que el compositor Joaquín Rodrigo expresa con la guitarra su pérdida por la muerte de su niño recién nacido. Grita de dolor, pero al final la orquesta que representa la voz de Dios le invita a integrarla entre la historia y la aspiración a la trascendencia resucitando a su bebe, donde en un diálogo esta aceptación por la pérdida se ve representada.
Nos invitaba finalmente el solista a que
disfrutáramos el concierto, sabiendo que hemos perdido mucho, a muchos y que hiciéramos
la catarsis para evocar lo que hemos perdido en este par de años de la sindemia
de COVID. La verdad Aranjuez lo vi y
sentí con otros ojos, siendo un ejercicio para facilitar asumir las pérdidas de amigos y amigas, familiares, mi
padre, tragedias personales, eclesiales y sociales, terminando con una sensación de
exaltación.
Pero la cosa no paró ahí. Vino
el esperado Encore, y el maestro Pablo Sainz nos dice que interpretará “Recuerdos
de la Alhambra” de Francisco de Tárrega, pero nos pide lo oigamos de una
manera diferente, evocando a las personas que perdimos, las condiciones de
salud que perdimos y lo que cambió en nuestras vidas, haciendo con ello una catarsis.
Nos pidió que el final no aplaudiéramos. Que nos quedáramos en silencio y nos retiráramos
al intermedio así llenando el silencio de sentimiento, cosa que a algunos les costó, pero los minutos
que duró la interpretación, yo no paré de llorar y así pasé largo rato sanando el
pasado y las pérdidas, dándome cuenta que no me había permitido hacerlo bien en estos meses.
Ya me extendí pero quiero terminar compartiendo lo que en una entrevista reciente dice el maestro Pablo Sainz Villegas:
Mi intención cuando interpreto la música es dar esperanza, recordar a las personas que tienen esa parte sensible y vulnerable dentro en la que todos nos encontramos; esa parte que todos sufrimos, pero que más allá de ese sufrimiento hay un lugar de encuentro, de paz y de reconciliación, de seguir viviendo. Mi intención es humanizar a través de la música y cuidar que las personas vean reflejada esa humanidad en cada uno de nosotros, y que desde ahí generemos cada uno el cambio en ese entorno.
La misma razón por la que (el concierto de Aranjuez) se ha hecho uno de los conciertos más universales escritos jamás en música clásica: por esa universalidad que el maestro Joaquín Rodrigo supo poner en cada nota, una honesta vulnerabilidad de sus emociones transmutada en sonido. Todos los grandes compositores de la historia, y esas grandes melodías y piezas que han trascendido el tiempo para convertirse en universales, tienen ese elemento común que las define: esa vulnerabilidad del ser humano por conectarse con esa parte más sensible de su ser. Y en esa honestidad y esa vulnerabilidad encuentran el el poder inmenso creativo de la composición, de hacer algo memorable, trascendental, divino. Y el Concierto de Aranjuez maneja como pocas obras ese viaje emocional de la reconciliación del dolor en aceptación. Y eso es algo universal. Todos los seres humanos sabemos lo que es la alegría y la tristeza. Y cuando además en una pieza nos muestra ese viaje emocional de ese dolor tan profundo del maestro Joaquín Rodrigo y su esposa de haber perdido a un hijo, en esa conversación con la orquesta como voz divina, en esa plegaria y en esa oración del segundo movimiento entre lo humano y lo divino, ahí es donde el maestro supo expresar esa vulnerabilidad de su dolor y sus emociones, plasmarlo de manera honesta, y, al hacerlo, conseguir una liberación y una aceptación de ese dolor. Y para mí eso es lo que lo hace universal y eso es lo que a todos los seres humanos que escuchan esta pieza, independientemente de su contexto cultural, político y social, económico, les dice algo que es universal, ancestral, y que les comunica con esa parte tan profunda y tan vulnerable del ser humano. Cuando lo escuché de niño, con esa emoción sincera, honesta y esa vulnerabilidad, me conectaba con ese lugar; creo que a todos los seres humanos que escuchan este concierto los lleva a ese lugar único. En el primer y tercer movimiento, también la música española. El maestro Joaquín Rodrigo celebra la pasión flamenca en el primer movimiento; y la música folclórica en el tercero abraza ese momento emocional del segundo movimiento, con música alegre. Eso hace que al final sea como la vida misma. (https://www.milenio.com/cultura/pablo-sainz-villegas-concierto-aranjuez-banda-sonora-vida)