martes, 28 de marzo de 2023

La Aristofobia: el odio a los mejores, la debacle institucional eclesial.

José Ortega y Gasset es uno de los grandes pensadores en español.  En su libro “La España Invertebrada” acuña el término “aristofobia” que es el odio, el temor que en especial los españoles y muchos hispanófilos han desarrollado de forma tradicional contra los mejores, aquellos que, en teoría, deberían tener un papel sobresaliente en nuestra sociedad.

El libro, publicado en 1921, analiza la crisis social y política de la España de su tiempo, en muchos sentidos similar a la contemporánea, y de manera correlativa en Hispanoamérica, culpando de la “invertebración” o falta de una columna que sostenga a separatismos, regionalismos y subjetivismos exacerbados. Ortega denuncia la falta en la cultura hispana de una minoría dirigente e ilustrada capaz de tomar decisiones con eficacia. Es lo que él llama la “aristofobia”, un fenómeno propiamente hispano que intentará responder el porqué de su existencia y su ausencia en otras culturas paralelas como la sajona u oriental. Esto sin decir mejores, sino diferentes y que es necesario caracterizar para crecer.


Parroquia de Guadalupe, Madrid (1964)

Dice Ortega: “Por una extraña y trágica perversión del instinto” el pueblo español detesta a todo hombre ejemplar, o, al menos, está ciego para sus cualidades. En todo caso, prosigue, si se deja conmover por alguien suele ser por algún hombre “ruin e inferior que se pone al servicio de los instintos multitudinarios”. La aristofobia es una de las causantes de “la mortal enfermedad padecida por nuestro pueblo”. Tras mirar los diagnósticos con respecto al denominado “problema de España”, Ortega opina que “la ausencia de los mejores, o, al menos su escasez, actúa sobre toda nuestra historia y ha impedido que seamos nunca una nación suficientemente normal, como lo han sido las demás nacidas de parejas condiciones”.

Esta ausencia del liderazgo de los mejores ha creado en la masa, y es en este mismo instante cuando el pensador introduce por primera este término, que luego desarrollaría en ‘La rebelión de las masas’, una ceguera que le impide hacer distinción alguna entre el ‘hombre mejor’ y el ‘hombre peor’, «de suerte que cuando en nuestra tierra aparecen individuos privilegiados, la masa no sabe aprovecharlos y a menudo los aniquila». Ortega concluye señalando el peligro de que un pueblo “por una perversión de sus afectos», se dé en odiar a todos aquellos individuos ejemplares, por el mero hecho de serlo, causando la irremediable degeneración de esa nación. España es «un lamentable ejemplo de esta perversión» antes descrita.


Nave de la Iglesia de San Pedro, Abadía de Cluny, siglo XI, la más importante de la Alta Edad Media, atravesada por una calle hecha por los revolucionarios en 1789.

Hasta aquí Ortega, pero la lectura de su obra casi diez años después de dejar la participación activa en la institución eclesial, me hizo entenderla históricamente.  La Iglesia mexicana fue configurada por españoles y en el siglo XX, siempre vio como ejemplar el pensamiento y cultura hispano. Un ejemplo es el sueño hispanófilo de Marcial Maciel, icono de la crisis eclesial mexicana.  En efecto, hubo gente muy notable, pero esta lacra cultural se nos pegó sin querer.  Por ejemplo, el Superior General Jesús M. Padilla decía en los años 60, “vamos por la reconquista de España” y puso como cabeza de playa una enorme parroquia con diseño vanguardista dedicada a la Virgen de Guadalupe y casas en Calahorra, Córdoba, Zaragoza y dos intentos de noviciado. Ingresaron algunos españoles, los cuales fueron tratados como flores preciosas al interior de la institución, en general de nivel sociocultural bajo.  Pero con la debacle del catolicismo a la muerte de Franco, la versión española entró en crisis y los pocos que permanecieron se trasladaron a América.


Iglesia de Nuestra Señora de la Soledad, San José del Altillo, icono de la reforma liturgica previa al Concilio, vanguardia cultural y eclesial (1959)

Estos sujetos, en una cultura hispanofilica eran tratados como geniales. Nunca se inculturaron a estas tierras y si lo hicieron fue deplorable por su pobre nivel. Podría citar muchos casos.  Solo pondré algunos.   Iban a Chiapas y felices de disfrazarse de indígenas o tomar fotos con los niños del lugar para sus amistades peninsulares. La rica cultura originaria era vista solamente como curiosidad y artesanía.  Una fiesta de Cristo Rey nos pide uno que no cantemos “Que viva Cristo Rey” porque era canto franquista, ajeno de lo que fue la Cristiada en México. Lo mandamos a volar.  Odiaban los altares de muertos porque era brujería e idolatría, esto dicho en pleno siglo XX y embarrarse de cultura en la Universidad de Comillas.  El colmo, uno que llegó a provincial comenta en la comida “joder, que feos sois vosotros, hoy subí al metro y lo comprobé”. Gente con don de trato pero ignorantes y xenofóbicos.

Yo me fui desilusionando y dándome cuenta de eso comenté particularmente a un compañero que en las siguientes elecciones, solo pusiéramos a uno de ellos y tomé distancia de ellos por considerar que no tenían conocimiento ni apertura al punto que dijo: “Cómo quieres que hable de Conchita si ni yo la entiendo”.  Y lo que hice particular se volvió chisme y me volví en antihispanista, cosa que no es verdad y viví su marginación.

Hoy me doy cuenta de que en buena parte la debacle de la institución es parte de eso.  Quien disiente de ellos se le aplica la aristofobia y se le sicologiza con frases “es bueno, pero ese no es un problema”; “es un genio, pero está loco, debería ser internado”, etc.  En estos quince años hemos visto partir a un Superior General, personajes valiosos hoy en la transformación del país, que fueron promovidos por una generación de apertura y bloqueados por su oportunismo. Además, ver morir sujetos excepcionales marginados como Juan Molina. Son incapaces de liderear un proyecto de significancia social y eclesial, en fin no dejan de ser como dijo un amigo “los tontos misioneros de la buena onda”.   Me da lástima.  Hoy los comprendo mejor y veo con pena que no tienen con que salir adelante históricamente.  Ni hablar hoy Cluny, la abadía más representativa del siglo X, son ruinas y pasa una carretera en medio de ella.  Lo mismo pasará con el Altillo el más representativo de sus monumentos irremediablemente. Y lo comparto por su falta de autocrítica y porque históricamente tiene que quedar plasmado.


Abba Pambo Juan (1950-2013)


En épocas de transición cultural en la iglesia surgen personajes que son puente y aunque son pocos, en un océano de descomposición surgen luminosos.  Tal fue el caso de los padres de la iglesia, que hoy recuperamos, pues ser de transición fu su signo y nos iluminan hoy.

Abba Pambo, vivió en el siglo IV, era discípulo de San Antonio Abad, se retiró al desierto de Nitria y era reconocido por su sabiduría, austeridad y vivía en un lugar muy apartado, a donde iban a consultarlo por su gran sabiduría y capacidad para resolver casos personales muy difíciles que se daban en el cambio de institucionalización de la iglesia.  Murió en el año de 375.

Juan Molina era un citadino de clase media acomodada, estudió en la Universidad la Salle la preparatoria, le gustaba la gimnasia olímpica, cuando conoció la gran personalidad de Eugenio Sánchez, un hombre de fuerte personalidad, espiritual, que imponía por su calidez, quizá con el único defecto de que le gustaba vivir muy bien.  Entró al noviciado de los Misioneros del Espíritu Santo en Tlalpan y sus primeros años, como él me decía, los vivió en la frivolidad, hasta que entendió lo que era la radicalidad evangélica en el filosofado que hizo en Guadalajara.  A partir de entonces se impuso un estilo de vida que nunca cambio: austero, sencillo y sin poses que a todos nos impresionó.  Asimismo comenzó la filosofía que le ayudó a ser profundamente reflexivo, lo cual lo acompañaba con un café de calidad y en grandes ocasiones con un habano o un mezcal, que eran sus únicos y raros lujos.  Siempre haciendo la pregunta acuciosa, cuestionante, contorsionando las manos, que los que le conocieron recuerdan.

Así sirvió a los jóvenes en CUVIC, hizo sus estudios teológicos en el Instituto de Teología de la Arquidiócesis de México.  Pero lo suyo fue la antropología, sociología y sicología.  Sus reflexiones, para los que lo compartimos nos marcaron la vida a una generación.

Recién ordenado, fue destinado al recién inaugurado Noviciado de Querétaro y fue en 1982 con 32 años el encargado del Postulantado.  Ahí lo conocí. Imponía su radicalidad, su buen humor y el estar siempre pensativo.  A los fragiluchos nos generaba temor y admiración y nerviosismo cuando estaba junto a uno sin saber de qué hablar.  Además, tenía heterocromía, un iris verde y el otro café que imponía aún más.  Pasamos al noviciado en un momento de definición en el que con el equipo formador impuso un estilo radical y novedoso para los jóvenes que ingresaron buscando el seguimiento de Jesús y que muchos que tenían más “boca-ción” que vocación y no soportaron ese ritmo.  De una fortaleza impresionante, me decía: “el deporte es el mejor discernidor vocacional”.  Gustaba jugar futbol y ahí veía la mezquindad, solidaridad, esfuerzo por salir adelante, o el no interés por jugar, que para él era reflejo de actitud vital.

En 1988 fue nombrado rector del filosofado y tantos años marcaron a muchos religiosos con su estilo y manera de pensar. Ahí supe lo que es tener una figura paterna espiritual. Nos enseñó a amar a los pobres, la familia, la iglesia latinoamericana, el valor comunitario, la rectitud, el seguimiento de Jesús, como él decía: “ser propuesta” para los demás.  De ese momento recuerdo que un mediodía teníamos deporte y yo antes de ir a la cancha pasé al refrigerador a hacerme una torta de queso.  Cuando cerré la puerta con torta mordiendo me encontró y moría de la vergüenza y me daba hombre muerto. Cuando me dijo contra lo que esperaba: “Siéntete familia, siéntete en casa, esta es la tuya, no eres un arrimado, tienes hambre, come”.  Esas palabras marcaron mi estancia en la Congregación y más efectivas que otras cosas. En otra ocasión fuimos a una ordenación y se sentó a leer el periódico en una banca en la puerta, viendo de reojo como íbamos vestido.  En eso uno pasó con los tenis sucios, pero recientemente elegante fue a una boda familiar. Le dijo: “Cómo se ve que esta no es tu fiesta, ve, cámbiate y regresas”. El otro dijo: “me dejarán”. Respondió: “no importa, pero ahí te quiero ver bien arreglado, la pobreza no es miseria ni fodonguez, sino dignidad”.

Pasaron los años y fue nombrado consejero de la Provincia, pero más que gobernante, su fama como la de Abba Pambo era el ser consejero de situaciones existenciales difíciles.  El me compartía: “no estoy aquí para mandar, sino para ser puente entre tendencias para salir adelante”. Yo veía cómo llegaban a hablar con él jóvenes y padres mayores, salían adelante y otros abandonaban la Congregación.  Yo le decía: “Abba Pambo, eres como San Judas Tadeo, te mandan casos desesperados”. El solo levantaba los hombros.

El, junto con otros nos enseñó a ser frontera, cosas que hizo muy bien.  Podía estar con las personas más tradicionales y conservadoras de la iglesia y ser cordial con sinceridad, pero lo suyo era la iglesia popular, el pobre, pero no para foto, sino como él decía: “los pobres no son artesanías para tomarte fotos, son gentes que debes decir, estas y estos son mis amigos de nombre y apellido, no un ente abstracto”. Por el compartí a Monseñor Romero, a Don Samuel Ruiz, a los zapatistas, la UPREZ de Iztapalapa.  Siempre me impulso y decía: “los movimientos sociales no son químicamente puros, no los entenderán, pero es de Dios, es la frontera para el futuro, ahí tenemos que estar”. “En la iglesia no somos los puros, sino los maltratados que queremos ser signos y así aceptar a los demás, no marginarlos”. Muchas anécdotas.

Fue a Tlapa, donde es la plenitud de su vida, ya mayor, compartiendo con los más vulnerables, se conmovió con Ayotzinapa, hasta allá llevaban a Pambo los casos difíciles, pues no le gustaba venir a la ciudad, y pocos le sostuvieron la radicalidad de vida ahí. Luego lo enviaron a atender la Institución Rougier a atender clérigos que necesitaban restaurar su persona por distintas situaciones existenciales graves, tan oculto e importante el trabajo que un obispo dijo: “Si los Misioneros desaparecieran, por esa obra justifican su existencia”.  Para ellos yo oía frases como esta: “nadie te juzga por tus hechos, tienes que rehacerte como persona antes y luego servir al reino, si no no serviras”.  Muchos sacerdotes agradecidos lo recuerdan entrañablemente.

Siguió al máximo hasta que el corazón se detuvo, agarrándolo con la mano por la pasión y el dolor, dejando a su congregación sumergida en una profunda crisis. Varios seguimos su funeral por TIC y definitivamente es un modelo para seguir. Como dijera un compañero: “Pues hasta para los conservas de las misas gregorianas tuvo y tiene Juan, él no se limitaba ni a Tlapa, ni a la casa Provincial, ni a Cruces ni a la Institución Rougier, ni a la calle, ni a Acteal; él fue libre y auténtico. Estos, ojalá y aprovecharán su conservadurismo y buenos oficios en Roma y, en unos años lo introdujeran como causa. Me cae que sí es atractivo para el seguimiento... Uno como Juan salva incluyendo a toda la Institución. Y en relación con la celebración, creo que por un lado estuvo muy asertiva y emotiva, pero creo que careció de profundidad en el tema del seguimiento y fidelidad al proyecto del reino; el auditorio clerical se prestaba muy bien para eso. Ojalá y aprovechen para hacer una autocrítica teniendo como espejo la autoridad provincial que tuvo Juan”.

Una tarde de improviso en Guadalajara me dijo a bocajarro por mis constantes preguntas sobre el sacerdocio: “porqué no te decides a vivir el sacerdocio existencial” y se retiró.  La pregunta a 35 años sigue, hoy puedo decir con Hebreos : “Tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios” (4,14), pues “nos ha abierto caminos nuevos y vivientes” (10,20), así que “corramos con perseverancia” (12,21) hacia la luz en medio de tantas tinieblas.